Al igual que ha ocurrido en el pasado con la anorexia o la hiperactividad, el trastorno bipolar ha saltado a los medios y, como ocurrió con los otros trastornos, lejos de que su divulgación ayude al paciente a buscar una solución terapéutica, se crea un alarmismo innecesario y confunde la identificación de sus síntomas hasta el punto que muchas personas creen que lo padecen.
Programas del corazón, test en revistas, prensa poco informada, televisión y cine… todos se hacen eco de esta "moda" de la bipolaridad: el tener cambios de humor pronunciados y fuera de nuestro control con una fase maniaca o eufórica y una fase depresiva.
La serie Homeland ha sido un gran catalizador de esta difusión: su protagonista, Carrie Mathison, lo padece. Adoptando un tono imprudentemente realista, nos explican en cada capítulo su proceso, sus síntomas y hasta la medicación que toma. Y la gente acaba olvidando que estamos viendo una ficción. En realidad, y analizando el problema desde una perspectiva clínica, Carrie no ha presentado un trastorno bipolar sino depresión, ansiedad, esquizofrenia, delirios… Cualquier cosa que justifique los disparatados giros del argumento. Pero, así como el espectador sabe distinguir cuándo la serie no es fiel a los conflictos internaciones, en materia de psicología está más perdido: no se identifica cuando la protagonista oye voces o se desmadra pero sí lo hace con el síntoma básico de un trastorno bipolar: los cambios de humor. ¿Por qué? Porque a todos nos ocurren
De ahí el peligro de etiquetar con términos psiquiátricos algo que todos manifestamos cada día. Acabamos pensando que somos bipolares, que existe un desequilibrio electroquímico en nuestros neurotransmisores cerebrales que alterarán sin que podamos remediarlo nuestros sentimientos.
El tener cambios de humor no indica necesariamente que uno padezca un trastorno bipolar.
Ni cuando son a diario…
Si llevamos un registro de la cantidad de eventos que nos ocurren a lo largo de una semana, desde los más importantes, a los más triviales, y los dividimos subjetivamente en "positivos" o "negativos, podemos comprobar que los dos tipos se alternan incluso en una misma jornada. Nos levantamos con energía pero se nos quema el café y bajamos malhumorados a la cafetería donde, para colmo, se nos ha olvidado el monedero. Pero el señor del bar nos invita al café y nos halaga, aunque eso hará que lleguemos tarde.
El tratar de ver una tendencia en las cosas que nos pasan de manera aleatoria, entra dentro de la charlatanería y la adivinación. El pensar, por tanto, que la consecuencia en nuestro estado de ánimo de esos eventos es un trastorno, es absurdo.
… ni cuando son cíclicos…
Todos podemos contar nuestra vida enumerando etapas buenas y malas. Y a veces ambas muy próximas en el tiempo. De hecho ese contraste las acentúa más. Recordamos las buenas como mejores y al revés. Estas etapas dependen a veces de sucesos aleatorios y otras son el producto de nuestras decisiones y de las de los que nos rodean. Pero existen factores que las desencadenan y las mantienen que nada tienen que ver con desequilibrios cerebrales. Nuestra alegría y nuestra tristeza puede ser explicada por elementos concretos si somos capaces de analizar nuestro pasado con rigor y con objetividad.
… ni cuando no existen factores externos que los expliquen…
¿Pero qué ocurre si no existe un factor externo a nosotros que explique nuestro estado de ánimo, si la situación en la que nos encontramos es opuesta a la emoción que sentimos? ¿Significa entonces que somos bipolares? Nada de eso. De hecho nuestras emociones responden a nuestro entorno pero siempre mediando un importantísimo factor interno: nuestros pensamientos. Como hemos hablado en otras ocasiones, lo que pensamos determina cómo nos sentimos. Por eso si estoy tirado en la playa pero pensando en que mi mujer va a dejarme me sentiré angustiado pese a que la situación sea idílica. Y si cuando me echan del trabajo me siento animado puede ser porque esté generando pensamientos de superación e imaginando que en otro sitio me valorarán lo que me merezco. El identificar nuestros pensamientos y saber cómo modificarlos es clave para alterar el estado de ánimo sin necesidad de buscar explicaciones médicas.
… ni cuando son extremos.
Pensamos a toda velocidad y muchas veces de manera automatizada. Por eso nuestros sentimientos pueden oscilar enormemente. El control emocional es una habilidad que aprendemos y que puede entrenarse y el no tenerlo no significa que seamos bipolares.
Es importante aclarar que incluso ser diagnosticado con trastorno bipolar, no implica que exista un desorden en nuestro sistema que sólo pueda ser compensado con medicación
Los propios psiquiatras agrupan bajo la misma etiqueta muchos tipos de trastornos bipolares, algunos debidos a factores biológicos y la mayoría no. Muchas veces, el decirnos que estamos en una fase maniaca o depresiva es puramentedescriptivo. Es otra forma de resumir los altos y bajos que les estamos contando. Pero tendemos a pensar que si están etiquetándolo es que existe una causa interna en nuestro sistema, como puede ocurrir con la diabetes o con una lesión discal. Ese error nos lleva a no entender lo que nos pasa y a adoptar una actitud pasiva ante los problemas: "No puedo hacer nada salvo medicarme ya esto es algo interno y crónico en mi vida".
El último argumento con el que nos pueden alarmar erróneamente es con el del nivel de nuestros neurotransmisores. El que nuestra serotonina baje no significa que esa sea la causa de nuestra tristeza, sino su correlación fisiológica. Y esto poca gente lo tiene en cuenta: ver una película triste, pensar en una noticia mala o quedarme aburrido en casa un sábado por la noche, hará que mi serotonina baje. Depende de mis decisiones, no de un virus, lesión o déficit. Tener determinados niveles fisiológicos no nos obliga a tomar medicación que la compense necesariamente, puesto que el salir con amigos, o disfrutar de una serie, hará que suba de nuevo dicho neurotransmisor.
David Pulido
David Pulido
Todos los bipolares son de mentira, la bipolaridad no esta comprobada su existencia, solo es un carácter del catalogo de personalidades del DSM.
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