El acoso moral o psicológico es la situación de convivencia patológica en la que alguien destruye a otro con palabras, miradas, humillaciones e indiferencia de manera persistente y prolongada. Se define como la forma específica de atentar emocionalmente contra la integridad de una persona con quien se mantiene una relación interpersonal mediante conductas que se traducen en constantes actos de maltrato, asedio, descalificación, devaluación, desprestigio y humillación que desestabiliza psicológica y emocionalmente a la víctima deteriorando su calidad de vida. Estos actos destructivos se presentan en forma de insultos, chantaje, calumnia o burla relacionada con características personales o físicas de la víctima, así como comentarios degradantes, no responder a las preguntas verbales o escritas, hablarle a la víctima de manera agresiva o grosera, rechazar lo que proponga, controlarla y vigilarla estrechamente, limitar sus posibilidades de expresión, etc. El acosador intimida a su víctima con el fin de obtener poder sobre ella.
El acoso puede presentarse en cualquier entorno social tal como la familia, la escuela, el trabajo y otros grupos sociales. Generalmente los acosadores son elocuentes y carismáticos aunque de forma superficial, esta apariencia desaparece cuando se les llega a conocer bien. Son sumamente destructivos, utilizan el doble mensaje para crear confusión y distorsionar el proceso de comunicación, lo cual les permite salir “inmaculados” de cualquier situación comprometedora.
Contra todo lo esperado es dentro del seno del hogar donde pueden darse las peores injurias, sin que la víctima se percate de ello, puesto que se menoscaba lentamente su salud mental y física. El acosador no destruye a su víctima de un solo tajo, por el contrario, extiende la tortura en el tiempo, la somete en un suplicio mínimo pero sostenido y le hace creer que la relación que mantiene es irremplazable, que sin el acosador no puede conseguir nada. No están exentos de este trato ni la pareja, hijos, familiares, vecinos o compañeros de trabajo.
El mensaje del acosador es ambivalente, impreciso y confuso, de tal manera que desconcierta a la víctima quien termina por dudar si lo que experimentó momentos antes fue real o no. El agresor enfrenta a todos contra todos, provocando celos y rivalidades mediante mentiras o rumores, que hieren a la víctima sin que ésta pueda identificar el origen de su situación. Para burlarse de la víctima, el acosador utiliza su apariencia física, sus creencias religiosas, sus gustos e intereses; la expone y ridiculiza en público, le dirige miradas condescendientes o de resignación, pone en duda su capacidad, finge conocer las intenciones de su víctima o adivinar sus pensamientos. Sin embargo, la agresión es llevada a cabo disimuladamente, sin que sea notoria ni para la víctima ni para los que se encuentran afuera de la situación, porque posee una elevada capacidad para manipular a quienes le rodean.
El acosador se caracteriza por la notable dificultad para ser empático; es decir, es incapaz de considerar a los demás como seres humanos, para él las personas son objetos de posesión a quienes puede utilizar y explotar a su antojo. Lo importante para el acosador es poseer el poder y conservar el control.
La víctima necesita fortalecer su imagen e identidad para incrementar su seguridad y autoconfianza, no le debe temer a su agresor sino se estará poniendo en las manos del acosador y entrará en su perverso y complejo juego del chantaje. Cuando la víctima es orillada a llegar a una fase de odio o violencia en la cual reacciona e intenta recuperar algo de su añorada libertad, ya sea desplazando su ira hacia el acosador o hacia sí misma en una conducta suicida. Como el acosador evita que se dé la comunicación, utiliza la burla, la humillación y ofensa contra todo lo que provenga de la víctima, lo que hace que parezca responsable de lo que sucede. El agresor perturba y desestabiliza a la víctima mediante pequeñas agresiones, pero como no provoca abiertamente un conflicto, el agredido se descuida, baja la guardia y se somete para no ser quien provoque una situación de ruptura. La víctima comete el grave error de confiar en exceso, cree y desea que gracias a su paciencia el agresor cambie y, paradójicamente, lo único que logra es reforzar la conducta agresiva.
La víctima, generalmente, es alguien con algún atractivo o capacidad importante para el agresor. Lo que el acosador en realidad desea es poseer alguna de las capacidades o aptitudes de la víctima, pero al ser incapaz de obtenerlas se las enmascara o trata de destruírselas a cualquier precio, aún y cuando lo que haga sea orillarlo al suicidio por la desesperación, desesperanza y desolación que le provoca la situación por la que está pasando. La víctima no comprende que su agresor es destructivo, puesto que está deslumbrada por su seducción, llegando a amar o admirar tanto a su agresor que no se protege y cuando se percata de ello, puede ser muy tarde. La elocuencia del agresor y la manera tan estratégica con la que usa la palabra es utilizada como arma, cuando la víctima toma conciencia de la relación patológica en la que está inmersa, debe alejarse fríamente y no sentir culpa por ello, acción que además de valor requiere de un acompañamiento psicoterapéutico para lograrlo.
Aún y cuando el agresor pueda ser una persona a la que su víctima admire o ame, tiene que advertir y hacer consciente que es alguien que le ha hecho mucho daño y resulta mejor alejarse y protegerse.
Cuando se da la ruptura o separación, el agresor percibe como si fuera un cazador cuya presa se le escapa, por lo que genera conductas vengativas que expresa con amenazas, llamadas telefónicas constantes e inoportunas, promete cambios y transformaciones que no va a cumplir pero trata de recuperar el control que ha perdido. Entre mayor es la necesidad de dominar, el resentimiento y la ira se intensifican peligrosamente; si la víctima mantiene una actitud generosa con el acosador esperando escapar así, desgastará sus defensas hasta el colapso y retornará sumisamente a este ambiente hostil del que deseaba huir. Las personas que presentan conductas de acoso, probablemente están reproduciendo lo que padecieron durante su infancia o lo que vivieron en carne propia, creyendo que al desquitarse de otras personas podrán compensar sus propias vivencias negativas.
Para superar los efectos psicológicos del acoso es recomendable:
El acoso puede presentarse en cualquier entorno social tal como la familia, la escuela, el trabajo y otros grupos sociales. Generalmente los acosadores son elocuentes y carismáticos aunque de forma superficial, esta apariencia desaparece cuando se les llega a conocer bien. Son sumamente destructivos, utilizan el doble mensaje para crear confusión y distorsionar el proceso de comunicación, lo cual les permite salir “inmaculados” de cualquier situación comprometedora.
Contra todo lo esperado es dentro del seno del hogar donde pueden darse las peores injurias, sin que la víctima se percate de ello, puesto que se menoscaba lentamente su salud mental y física. El acosador no destruye a su víctima de un solo tajo, por el contrario, extiende la tortura en el tiempo, la somete en un suplicio mínimo pero sostenido y le hace creer que la relación que mantiene es irremplazable, que sin el acosador no puede conseguir nada. No están exentos de este trato ni la pareja, hijos, familiares, vecinos o compañeros de trabajo.
El mensaje del acosador es ambivalente, impreciso y confuso, de tal manera que desconcierta a la víctima quien termina por dudar si lo que experimentó momentos antes fue real o no. El agresor enfrenta a todos contra todos, provocando celos y rivalidades mediante mentiras o rumores, que hieren a la víctima sin que ésta pueda identificar el origen de su situación. Para burlarse de la víctima, el acosador utiliza su apariencia física, sus creencias religiosas, sus gustos e intereses; la expone y ridiculiza en público, le dirige miradas condescendientes o de resignación, pone en duda su capacidad, finge conocer las intenciones de su víctima o adivinar sus pensamientos. Sin embargo, la agresión es llevada a cabo disimuladamente, sin que sea notoria ni para la víctima ni para los que se encuentran afuera de la situación, porque posee una elevada capacidad para manipular a quienes le rodean.
El acosador se caracteriza por la notable dificultad para ser empático; es decir, es incapaz de considerar a los demás como seres humanos, para él las personas son objetos de posesión a quienes puede utilizar y explotar a su antojo. Lo importante para el acosador es poseer el poder y conservar el control.
La víctima necesita fortalecer su imagen e identidad para incrementar su seguridad y autoconfianza, no le debe temer a su agresor sino se estará poniendo en las manos del acosador y entrará en su perverso y complejo juego del chantaje. Cuando la víctima es orillada a llegar a una fase de odio o violencia en la cual reacciona e intenta recuperar algo de su añorada libertad, ya sea desplazando su ira hacia el acosador o hacia sí misma en una conducta suicida. Como el acosador evita que se dé la comunicación, utiliza la burla, la humillación y ofensa contra todo lo que provenga de la víctima, lo que hace que parezca responsable de lo que sucede. El agresor perturba y desestabiliza a la víctima mediante pequeñas agresiones, pero como no provoca abiertamente un conflicto, el agredido se descuida, baja la guardia y se somete para no ser quien provoque una situación de ruptura. La víctima comete el grave error de confiar en exceso, cree y desea que gracias a su paciencia el agresor cambie y, paradójicamente, lo único que logra es reforzar la conducta agresiva.
La víctima, generalmente, es alguien con algún atractivo o capacidad importante para el agresor. Lo que el acosador en realidad desea es poseer alguna de las capacidades o aptitudes de la víctima, pero al ser incapaz de obtenerlas se las enmascara o trata de destruírselas a cualquier precio, aún y cuando lo que haga sea orillarlo al suicidio por la desesperación, desesperanza y desolación que le provoca la situación por la que está pasando. La víctima no comprende que su agresor es destructivo, puesto que está deslumbrada por su seducción, llegando a amar o admirar tanto a su agresor que no se protege y cuando se percata de ello, puede ser muy tarde. La elocuencia del agresor y la manera tan estratégica con la que usa la palabra es utilizada como arma, cuando la víctima toma conciencia de la relación patológica en la que está inmersa, debe alejarse fríamente y no sentir culpa por ello, acción que además de valor requiere de un acompañamiento psicoterapéutico para lograrlo.
Aún y cuando el agresor pueda ser una persona a la que su víctima admire o ame, tiene que advertir y hacer consciente que es alguien que le ha hecho mucho daño y resulta mejor alejarse y protegerse.
Cuando se da la ruptura o separación, el agresor percibe como si fuera un cazador cuya presa se le escapa, por lo que genera conductas vengativas que expresa con amenazas, llamadas telefónicas constantes e inoportunas, promete cambios y transformaciones que no va a cumplir pero trata de recuperar el control que ha perdido. Entre mayor es la necesidad de dominar, el resentimiento y la ira se intensifican peligrosamente; si la víctima mantiene una actitud generosa con el acosador esperando escapar así, desgastará sus defensas hasta el colapso y retornará sumisamente a este ambiente hostil del que deseaba huir. Las personas que presentan conductas de acoso, probablemente están reproduciendo lo que padecieron durante su infancia o lo que vivieron en carne propia, creyendo que al desquitarse de otras personas podrán compensar sus propias vivencias negativas.
Para superar los efectos psicológicos del acoso es recomendable:
- No permitir más daño, romper con la relación patológica.
- Descubrir y enfrentar las emociones de ira, dolor, coraje, tristeza, rabia e impotencia, evitar la negación y recordar que no es el tiempo el que cura sino los efectos de una confrontación constante con la realidad.
- Expresar las emociones, hablar de lo que sucedió, asumir la responsabilidad y compartir el sufrimiento.
- Ser asertivo, mantener buena salud tanto física como mental y eliminar hábitos de convivencia distorsionados.
- Considerar la Psicoterapia para tener una mejor interpretación de vida y adquirir las estrategias necesarias para evitar caer en otra situación similar.