Semanas atrás
os contaba la importancia de tener diferentes modelos para ir enriqueciéndote
progresivamente, pero claro, no todo iba a ser observar… Por ello, hoy os
quiero hablar de cómo pasé de ese rol de
observadora pasiva a uno mucho más activo y que probablemente os resulte
más interesante a todos.
Si bien es
cierto que el haber visto trabajar a otros te ayuda a hacerte una idea bastante
aproximada de en qué consiste una terapia, cuando eres tú el que te tienes que poner
delante del paciente parece que esa idea comienza a difuminarse y
empieza a ser reemplazada por un gran miedo
al fracaso. Ahí es donde comienza un sinfín de preguntas retóricas: ¿Sabré que decirle? Y si no lo sé, ¿qué
hago? ¿Y si lo hago mal? Y así sucesivamente.
En mi caso, lo
bueno fue que sabía que me encontraba totalmente respaldada por una persona que
me iba a ayudar a sacarlo adelante en caso de no encontrarme preparada, mi
adjunta, y eso proporciona cierta sensación de alivio a ese miedo. Sin embargo, por otro lado, el saber que ella,
que se ha convertido en un referente para mí, iba a estar presente
desencadenaba otro tipo de dudas: ¿Qué
pensará si lo hago mal? ¿Se decepcionará?
Así que con
todo este manojo de nervios llegó el día de realizar mi primera entrevista psicológica. A medida que se acercaban las 11
de la mañana, tenía la impresión de que el tiempo cada vez iba más despacio…
hasta que finalmente dieron las 11 y sonó el teléfono del despacho. El paciente nuevo había llegado y tocaba
hacer cambio de roles, yo pasé a ocupar la silla principal y mi adjunta se
situó en otra a mi lado, en un segundo plano. ¡¡No os podéis imaginar
cuantísimo me temblaban las manos mientras el paciente se sentaba enfrente de
mí!! Procedí a presentarnos a ambas y a explicarle que yo iba a ser su
psicóloga ese día. El guión sobre lo que había que recoger en una primera
entrevista lo tenía absolutamente claro (ya me había encargado de memorizarlo
hasta la saciedad), pero pasó lo que tantas veces había observado y que tanto
había deseado que no me pasara ese día: el
paciente respondía a mis preguntas y me proporcionaba información pero sin
ajustarse a mi perfecto esquema. ¿Y qué pasó entonces? Pues que ahí estaba
yo, solventando la situación y demostrándome a mí misma que sí, había miles de
cosas que aprender y mejorar, pero al mismo tiempo que era capaz de llevar a cabo con éxito esta tarea.
Ese día supuso
un antes y un después en mi residencia y desde entonces, han pasado ya
bastantes semanas, en las cuales a través del feedback de mi adjunta y de la
propia experiencia he ido observando ciertos cambios en mi forma de entrevistar
(para empezar una disminución del nivel de ansiedad previo). El
camino aún es largo y me queda muchísimo por aprender, pero es enormemente
gratificante el echar la vista atrás e ir observando tu propio progreso.
Este primer
paso en la asunción de responsabilidad ha ido seguido de algunos más, que estoy
deseando poder compartir con vosotros, pero hasta el próximo artículo vuelvo a
enviaros todo mi apoyo y mi ánimo. ¡Vosotr@s podéis!
¡Muchísimas
gracias a tod@s!
LAURA PÉREZ
Psicóloga Interna Residente
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