NASH es el acrónimo formado con la primera letra de
los términos natural, accidente, suicidio y homicidio, a saber, las cuatro
formas de muerte existentes. Profundizando en estos conceptos me surge la
cuestión de los determinantes que llevan a una persona a matar a otra y, es
en ese momento, cuando otros conceptos copan mi pensamiento. Palabras como psicopatía,
mafias, sectas, conducta antisocial, maltrato, sadismo y un largo etcétera
están conectadas con la posibilidad de matar y aún más de matar en serie.
Profundizando más en los perfiles de los asesinos en
series tradicionalmente se han considerado cinco motivaciones principales que
definen subtipos de homicidas: videntes, misioneros, hedonistas,
instrumentales (beneficio) o poder/control. Los llamados motivos videntes se vinculan a la existencia
de algún tipo de afección mental que condicione el comportamiento del
individuo y, en este sentido, uno de los ejemplos históricos es Ed Gein,
apodado el Carnicero de Plainfield,
de profesión costurero. En su
domicilio se encontraron todo tipo de restos de seres humanos con los que en
una aparente necrofilia y presumible canibalismo decoraba su domicilio (sofá
con piel humana) o incluso llegó a hacerse complementos (cinturón con pezones
humanos). Este macabro personaje fue inspiración para la realización de la
película Psicosis. En España ha habido algún perfil relativamente similar
como es el mendigo asesino que
confesó haber degollado a 13 personas entre 1987 y 1993 en un contexto de
sintomatología paranoide y también de profanación de tumbas.
En el caso de los misioneros son asesinos que justifican sus acciones al
supuestamente ajusticiar a personas indeseables. Bajo este prisma entran
perfiles de homicidas que creen estar haciendo algún tipo de justicia social
cuando en realidad dan rienda suelta a su agresividad. En este sentido y como
ejemplo macabro cabría señalar la figura de Joaquín Ferrándiz, apodado el asesino de prostitutas por los tres
crímenes de esta índole que cometió. En el caso de los hedonistas matan por placer y, muy frecuentemente, hay un rasgo
sexual en sus crímenes. Si bien no había motivaciones sexuales, el asesino de la baraja (Alfredo Galán)
mató a seis personas entre los meses de enero y marzo de 2003 con una pistola
recabada en su pasado militar en Bosnia. Su firma con cartas de una baraja
pretendía ensalzar su sensación de poder y necesidad de ser notorio en un más
que claro complejo de inferioridad.
Respecto a los motivados por el beneficio, estarían los planteamientos de aquellos que quieren
lucrarse o tener algún tipo de lucro. El caso de Margarita Sánchez (la viuda negra) es un buen ejemplo.
Esta persona mataba a sus víctimas con un veneno que ponía en sus comidas y/o
bebidas. Consiguió asesinar a cuatro personas aunque señaló en su juicio que
no pretendía matar sino envenenar para robar. Por último, en cuanto al poder/control como motivación para el
asesinato está el ejemplo de Gilbert Chamba apodado el monstruo de Machala quien en su país de origen (Ecuador) violó y
mató a ocho mujeres y en España añadió una nueva víctima a su horrible historial.
Esta clasificación de motivos implica que algunos
homicidas puedan presentar varias motivaciones y, en todo caso, puede
quedarse corta. Detrás de las motivaciones están personas que pueden tener
predisposición a la violencia en parte heredada pero, sobre todo, aprendida.
Reflexionando acerca de cómo se puede llegar a estas
situaciones, aquellos niños que tienen
predisposición a la violencia han de tener límites precisos desde pequeños ya
que cuanto más mayores se hagan más probable es que no puedan modular su comportamiento.
Alcanzar la adolescencia sin un adecuado desarrollo moral es un notable
factor de riesgo para la posibilidad de exhibir conductas antisociales y
violentas. Satisfacer continuamente los deseos de un niño en aras de aportar
una aparente felicidad no es más que educar en una baja tolerancia a la
frustración, no dar valor al esfuerzo para resolver problemas e ir
construyendo una personalidad basada en el descontrol, ingrediente inequívoco
de la violencia. Ahora bien, no todo es “psicológico” sino que hay que
atender también a otros procesos de índole sociológica que justificarían
también otros homicidios (p. e.: violencia machista, radicalismos políticos o
religiosos, etc.).
No puedo terminar este escrito sin hacer una
reflexión en torno a determinadas circunstancias de actualidad. Nuestra sociedad del siglo XXI tiende a
normalizar y banalizar la exposición a la violencia. Menores con mayor psicoticismo
(dureza emocional), más impulsividad y con un mínimo miedo son los perfiles habituales que pueden
ejercer violencia. Como muestra de lo señalado en estos días en los que
se presenta un caso muy mediático (el
asesino de la catana) nos encontramos con una persona que no estudiaba en
el momento de la comisión de los homicidios y con la “soga” de ponerse a
trabajar –por indicación paterna- (no podía estudiar y no quería trabajar).
Los determinantes de sus homicidios eran librarse de sus padres (para no ser
controlado) y no dejar sola a su hermana ante la muerte de los mismos. Por
cierto, se justificaron los crímenes por una “epilepsia” y, en todo caso, los
rasgos psicopáticos también siempre fueron evidentes. Otra cosa, y dejaremos
esto para otro escrito, son las posibilidades de rehabilitación de estos
perfiles y/o de interiorización de determinados límites infranqueables... pero esa es otra historia y debe ser
contada en otra ocasión.
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martes, 5 de diciembre de 2017
Asesinar en serie
Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
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