Cuando se planteó la posibilidad de realizar de forma habitual
terapia de familia en los centros de salud mental, no siempre fue bien
recibida. De hecho, para hacernos una idea, son sólo dos o tres los centros que
ofrecen estos servicios en la Comunidad de Madrid. Esta situación no se debe a
la falta de psicólogos clínicos formados en esta especialidad, más bien se debe
a decisiones tomadas desde la dirección que obstaculizan su implantación. Los
inconvenientes que se señalan para no incluirlas suelen ser que tener un
psicólogo que uno o varios días esté atendiendo familias en lugar de pacientes
aumentará una lista de espera ya de por sí sobredimensionada o que es un coste
imposible de asumir en estos momentos.
En este artículo buscaremos defender cuáles serían los beneficios
reales de incluir este servicio en los centros de salud mental.
Primeramente, debemos aclarar que el más frecuente de los
argumentos, el referido al aumento de la lista de espera, no es cierto en
realidad. Esta idea preconcebida se origina
del siguiente razonamiento: “si el profesional en cuestión no está haciendo el
trabajo que se supone que debería hacer seguro que estamos disminuyendo la
eficiencia y perdiendo el tiempo”, esto sin considerar cómo esta otra actividad
puede repercutir en el objetivo en cuestión. La realidad es que atender
familias en el servicio público de salud no sólo no supone una pérdida de
tiempo, sino que es una forma de abordar de la mejor forma posible problemas
que de otro modo implicarían tener a distintos terapeutas trabajando con cada
uno de los miembros de la familia, con una menor efectividad.
La siguiente cuestión se deriva directamente de lo que acabamos de
exponer, y es la siguiente: el todo es más que la suma de las partes. Sabemos
que la terapia de familia es una forma mucho más efectiva de abordar todo tipo
de problemáticas familiares en las que pueda haber o no pacientes
diagnosticados de un trastorno mental. Es decir, si estos pacientes fueran
atendidos de forma individual no experimentarían el mismo efecto beneficioso
que el que tienen cuando reciben una atención conjunta. Este hecho es
especialmente notable en algunos trastornos donde se ha comprobado
reiteradamente el beneficio que supone el abordaje familiar tanto de los
síntomas del paciente como de las dinámicas familiares disfuncionales que
rodean y sostienen dichos síntomas. Entre otros, se ha comprobado la
importancia de este tipo de tratamiento en trastornos de la conducta alimentaria,
trastornos psicóticos –especialmente en primeros episodios- o trastornos
psicosomáticos.
Otro de los beneficios que se deriva indirectamente de este tipo
de intervención es que permite una mejor coordinación de aquellos pacientes que
además de la psicoterapia familiar sea atendido de forma individual por algún
otro profesional, psicólogo o psiquiatra, pues estará en el mismo centro. Los
avances producidos en ambos contextos se retroalimentan, pudiendo dar un mejor
encaje a la evolución global del caso. Por otra parte, el abordaje familiar
permite hacer una consideración integral del trastorno mental, pues en la
práctica totalidad de los casos la familia tiene un papel fundamental (cuando
no directamente causal) en el trastorno mental del paciente designado.
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