domingo, 7 de agosto de 2016

¿Por qué no basta con medicar los trastornos mentales?

Rara es la persona que a día de hoy defienda que se puede hacer un tratamiento de trastornos mentales exclusivamente con medicación. Cualquiera que se dedique de forma profesional al ámbito de la salud mental puede llegar a esta misma conclusión por su propia experiencia. Sin embargo, es algo más complejo encontrar argumentos para defender por qué es importante un enfoque integral de tratamiento de los trastornos mentales y por qué no basta con los psicofármacos.

El problema que planteamos es el siguiente: si los trastornos mentales podemos entendernos como un conjunto de síntomas que etiquetamos bajo una determinada categoría diagnóstica y el tratamiento, al igual que en las enfermedades físicas, va dirigido a eliminar dichos síntomas, ¿qué problema habría con usar únicamente psicofármacos? Si hablamos de un trastorno de ansiedad, ¿acaso no la reducen de igual modo los ansiolíticos que otras técnicas psicoterapéuticas? Dejando a un lado factores como el económico, los posibles efectos secundarios y el potencial adictivo, que darían fruto a otro debate, ¿por qué deberíamos pensar en la psicoterapia como la mejor opción de tratamiento para la mayoría de trastornos mentales?

Nuestra posición va a ser la de defender la prioridad de uso de la psicoterapia, o, al menos, la de su uso conjunto con ciertos psicofármacos que, usados en casos concretos ciertamente son útiles. En nuestra opinión, para entender por qué es más sensata esta postura debemos analizar no tanto cómo debe ser el tratamiento de los trastornos mentales, sino cuál es su origen, he aquí la clave.  Pensamos que según cuál sea el origen, sería lógico pensar que el tratamiento sería uno u otro.

Partimos de la premisa de que los síntomas que una persona presenta y que son clasificables como un trastorno mental son entendibles como una expresión de malestar o sufrimiento personal que tiene que ver con eventos de la vida del sujeto. No obstante, debemos evitar caer en el dualismo mente-cuerpo que nos llevaría a pensar que una cosa son los problemas psicológicos y otro lo que tiene que ver con la biología. Efectivamente, estos síntomas, sean cuales sean, tienen un sustrato orgánico, pero por su propia naturaleza su origen tiene más que ver con el mundo emocional de la persona que con sus determinantes biológicos. Es decir, que una persona presente crisis de ansiedad en un momento dado, tiene más que ver con sus deseos, preocupaciones, conflictos y, en definitiva, con sus experiencias, que únicamente con cambios producidos a nivel biológico. Como indicábamos previamente, esto no significa que estas crisis de angustia no produzcan y no sean promovidas por toda una constelación de cambios biológicos, pero parece razonable pensar que en la gran mayoría de casos estos no son los responsables últimos de su aparición.

Siguiendo este razonamiento y con el ejemplo expuesto como referencia, si a este sujeto le prescribiéramos un determinado ansiolítico, ciertamente, sus síntomas mejorarían y su ansiedad podría desaparecer, aunque fuera temporalmente.  Sin embargo, al hacer esto se está obviando por completo qué es aquello de la vida de la persona que le estaba produciendo ansiedad. Dicho de otro modo: el problema en ningún caso es la ansiedad en sí misma, sino qué es lo que está ocurriendo en la vida del paciente para que experimente ansiedad. Si estas vivencias no se abordan, como en el caso de una terapia basada únicamente en la medicación, estas continuarán atormentando a la persona, aunque el síntoma de ansiedad haya desaparecido y la expresión de ese malestar encuentre otras formas de expresión.

Independientemente de la corriente psicológica que cada terapeuta utilice, nos parece lógico pensar que lo importante es darle un sentido a las vivencias que cada sujeto pueda tener y poder relacionarla con sus síntomas porque, como explicábamos anteriormente, estos sólo toman sentido considerando el mundo interno de cada uno. Teniendo en consideración estos argumentos pensamos que basarnos únicamente en la medicación para abordar el tratamiento de los trastornos mentales es insuficiente y, en ocasiones, contraproducente al tapar unos síntomas que, de otro modo, actuarían de demanda para explorar qué le está ocurriendo a la persona en su vida para que aparezcan.







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