Cuando hace ya casi un año comenzamos una terapia de grupo en un
centro de salud donde desarrollaríamos un grupo para personas con síntomas
ansioso-depresivos, los pacientes nunca pensaron que las sesiones pondrían el
foco donde finalmente se puso. Esta terapia suponía un reto para nosotros, que
teníamos unas 10 sesiones para abordar un asunto no precisamente simple con
pacientes que presentaban un malestar considerable. Era el primer grupo que
realizábamos en el contexto de Atención Primaria y no sabíamos cuál sería la
respuesta de los participantes.
Nuestro modelo de referencia fue inicialmente las terapias de
tercera generación, que provienen del conductismo radical (radical no por ser
unos extremistas, sino por buscar la raíz o causa última de la conducta!). En
concreto, nos sentíamos cómodos con la Terapia de Aceptación y Compromiso que
se conoce también como “ACT” en sus siglas en inglés, pero pensamos que
debíamos combinarla con un enfoque algo más humanista.
Uno de los principios de la Terapia de Aceptación y Compromiso es
justamente entrenar la capacidad de aceptar las emociones que experimentamos,
sean agradables o no, como parte de nuestra existencia y, del mismo modo,
aceptar que el sufrimiento también forma parte de nuestra vida. Al poco de comenzar
con el grupo pudimos comprobar cómo, efectivamente, la mayoría de las personas
hemos sido educadas para luchar contra las emociones displacenteras y contra el
sufrimiento en general, como si fuera algo que hay que quitarse cuanto antes y
debiéramos estar siempre felices, algo muy representativo del imaginario
colectivo de nuestros días. Son muy abundantes las fórmulas que prometen
eliminar la ansiedad en 5 pasos o tomar cierta medicación para hacerla
desaparecer.
Lo que no nos enseñan y que pudimos ver por los testimonios de los
pacientes de ese grupo, es que luchar contra el sufrimiento sólo genera más
sufrimiento. De hecho, en la terapia de ACT se ha acuñado un nuevo síndrome
conocido como “trastorno de evitación experiencial”. De forma resumida, este
consiste en que llevar a cabo conductas para evitar experiencias desagradables
al final acaba provocando no sólo un empeoramiento de esa experiencia
desagradable, que se hace aún más desagradable, sino que la persona se aleja de
sus metas y comienza a actuar llevado únicamente por evitar el malestar. Un
caso prototípico es el de una persona que comienza a beber para superar el
fallecimiento de alguien querido, en lugar de pasar por todo el proceso de
duelo. Además, al inicio de esta terapia de grupo veíamos que los pacientes se
referían a la ansiedad como algo que les hubiera aparecido, como si no tuviera
que ver con ellos o con sus vidas y rara vez la conectaban con algo
significativo.
Otra cuestión muy frecuente era la tendencia marcada a confundir la
aceptación con la resignación. Una de las participantes del grupo nos respondió
algo indignada que cómo ella iba a aceptar la rabia que le producía el acoso
laboral al que estaba siendo sometida. Muchos otros se sintieron identificados
con este comentario, y no es para menos, porque, ciertamente, puede prestarse a
la confusión. Lo que le devolvimos sería el punto que nos sirvió para redirigir
todas nuestras intervenciones. Ella no debía aprender a aceptar la rabia y a no
emprender ninguna acción, sino que aceptar o poder convivir con esa rabia sería
el primer paso para darse cuenta de qué estaba sintiendo. Aceptar esa rabia
podía permitirle pensar de dónde venía esa rabia y actuar tomando las medidas
que ella considerase adecuadas. Hasta ese momento se había dedicado a luchar
contra esa rabia aislándose del resto de compañeros y evitando muchas
situaciones en el contexto laboral, que además estaba empeorando la situación
de acoso al darle más poder a su acosador.
Esto nos hizo cambiar nuestras intervenciones porque, una vez
aceptada la emoción, una vez se toma conciencia de qué se está sintiendo, el
siguiente paso es ver por qué ha aparecido dicha emoción. Se trataba no sólo de
desarrollar una actitud más empática hacia uno mismo, dejando espacio para este
tipo de experiencias, sino de poder conectarlas con los sucesos de la vida de
uno para ver cómo nos posicionamos ante estos. Fue entonces cuando uno de los
pacientes dijo: ¡menos mal que tengo ansiedad, porque esta señal de mi cuerpo
me ha ayudado a darme cuenta del lío en el que me estaba metiendo!
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