Si hablamos con cualquier residente de Psicología Clínica y le
preguntamos su opinión sobre cómo es la formación durante su residencia, por lo
general, contestará que muy buena. Otra
cuestión son las posibilidades de trabajo al terminar la residencia y la
calidad de estos puestos, pero pocos dudarán en admitir que el PIR ofrece unas
oportunidades únicas en cuanto a formación se refiere. Pero, ¿cómo de buena es en realidad? Si la
comparamos con otros países ¿es mejor o peor y en qué podemos decir que lo es?
Tanto durante la carrera de psicología como, posteriormente,
durante su formación como clínicos los psicólogos estudiamos diferentes teorías
o modelos, pero existe algo común a la gran mayoría de ellos, proceden de un
país en concreto: Estados Unidos. Sería razonable pensar que el nivel de los
psicólogos norteamericanos debe de ser muy alto, a tenor de la gran difusión
que tienen sus teorías en todos los ámbitos de la psicología, no sólo clínica.
¿Es esto así en la realidad?
Para responder a esta pregunta centrémonos en analizar la figura
del psicólogo clínico en este país. Recientemente he tenido la oportunidad de
conocer de primera mano el mundo del psicólogo clínico norteamericano y creo
que podemos hacer, al menos, un primer análisis. La primera y más importante
diferencia que uno encuentra es que en Estados Unidos no existe una residencia
en psicología clínica, aunque sí la hay en las especialidades médicas
tradicionales. Los caminos para convertirse en lo que en España sería psicólogo
clínico son diversos, aunque, por lo general, conllevan la realización de un
PsyD, que sería algo similar a un doctorado, pero con una mayor orientación
clínica, y un “internship” de un año de duración. Todo ello permite tener la
licencia de psicólogo clínico. Cuando uno cuenta que en España los psicólogos
clínicos tenemos la oportunidad de estar cuatro años formándonos, rotando por
diferentes unidades de los dispositivos de salud mental que pueden estar
incluso fuera de España, las reacciones son de asombro. Aquí no sólo es escasa
la figura del psicólogo en los hospitales, sino que, su formación es bastante
limitada en cuanto a funciones se refiere. Otro aspecto que me sorprendió es
que en EEUU es el trabajador social quien realiza las terapias en la mayor
parte de los casos. Es cierto que aquí el trabajador social recibe una
formación específica para ello, pues existe la especialidad de trabajador
social clínico, pero, que duda cabe, que aunque el entrenamiento sea muy bueno,
que lo es, habrá carencias de base por razones obvias. En la mayor parte de los
casos, el psicólogo tiene una función de director de servicio, dedicándose
prioritariamente a la evaluación y coordinación del servicio en el que trabaja
y, por lo general, con una carga asistencial reducida.
Ahora bien, si volvemos a la pregunta inicial
¿por qué seguimos teniendo una presencia mayoritaria de teorías y de terapias
originadas en los estados unidos frente a otros países? Esta es una pregunta
que no tiene una fácil respuesta porque no son pocos los factores que
determinan esto. No obstante, hay dos fundamentales: el primero es de carácter
político y económico, Estados Unidos a día de hoy es la primera potencia
mundial y eso es trasladable no sólo a nivel económico, sino a nivel científico.
La facilidad que encuentran para diseminar sus trabajos y los fondos con los
que cuentan son mucho mayores que los de nuestro país. Pero si analizamos el
campo de la psicología clínica en concreto, existe otra posible razón y tiene
que ver con la formación recibida. Su formación es profundamente específica.
Cuando el alumno desea formarse como psicólogo clínico a través de las
múltiples vías que existen en EEUU, no lo hace para tener una visión global u
holística de la salud mental, lo hace para formarse en un ámbito concreto de
esta. Así, por ejemplo, un alumno realizaría su PsyD durante dos o tres años en
el tratamiento del trastorno límite y, posteriormente, harían su internado en
alguna clínica u hospital que atienda a esta población durante un año. Esto
hace que sea común encontrar especialistas en el tratamiento de una u otra
enfermedad mental, lo que, por un lado les capacita para producir trabajos de calidad
en áreas específicas, pero, por otro lado, les dificulta tener la visión global
que los psicólogos clínicos españoles tenemos, lo que, en mi opinión, es un
punto fundamental, la capacidad de integración. Es complicado encontrar un
psicólogo norteamericano que haya trabajado y recibido supervisión durante
cuatro años en unidades tan diferentes como una unidad de agudos y un centro de
atención primaria, como ocurre en España. El objetivo de este análisis no es
realizar una crítica al sistema de formación de los psicólogos clínicos
norteamericanos, que, como todos, tienen aspectos mejorables y puntos fuertes.
Más bien, con esto deseo reivindicar la importancia de seguir apoyando la
formación de los psicólogos clínicos a través del sistema PIR, que, aunque es
mejorable en algunos aspectos -como en el número de plazas ofertadas- sin duda
nos coloca entre los más avanzados, algo que, con demasiada frecuencia, pasa
desapercibido.
Alejandro Muriel Hermosilla
Psicólogo Interno Residente en Hospital Gregorio Marañón
Visitante en CMCH, Yale University , EEUU.
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