A veces un delirio es fácilmente identificable por lo extraño de
la creencia, por lo fuera de la realidad que están las creencias que el
paciente refiere, pero, en ocasiones la línea que separa la realidad de la
locura es tan fina que llega a difuminarse.
El caso que presentaremos a continuación es un caso real de una
mujer con el que nuestro equipo de salud mental trató varias veces en su
ingreso en la unidad de hospitalización.
La primera vez que tuvimos la oportunidad de verla la encontramos
en posición fetal, agarrada a sus rodillas, entre el cabecero de la cama del
hospital y la pared. No respondía a ninguna de las preguntas que le hacíamos y
no se movía. Así permaneció durante dos días, pero con ayuda de la medicación y
encontrándose más tranquila fue haciendo avances por conectarse con el entorno:
primero se tumbó en la cama, luego nos
respondía con leves movimientos de cabeza y, finalmente, comenzó a hablarnos;
primero con monosílabos y terminó por poder hablar con nosotros con mayor
normalidad. El motivo de su ingreso era
que su pareja últimamente la encontraba más nerviosa y con una actitud suspicaz
hacia él, además de presentar comportamientos bizarros como pintar las
bombillas de casa o llevar gafas de sol oscuras con las luces apagadas.
Cuando pudimos comunicarnos con la paciente, lo primero que nos
dijo era que no debíamos fiarnos de nada de lo que nos dijera su marido, puesto
que este estaba decidido a hacerle la vida imposible desde que ella le había
denunciado por maltrato. Según contaba, su marido bebía con frecuencia desde
hacía años y en una de las veces que había llegado ebrio a casa este le había
maltratado. Ella decidió no denunciarlo aquella vez, pero esta situación se
produciría en más ocasiones y acabó por
denunciarle presentando un parte de lesiones, que nosotros pudimos verificar en
el historial clínico de la paciente. Nosotros le preguntamos por las conductas
extrañas que su marido describía a lo que ella respondía que este le había
amenazado con que instalaría cámaras en las bombillas de su casa para espiarla
sin que ella lo supiera y admitió ser cierto lo que su marido decía, al igual
que decía que utilizaba esas gafas porque la protegías de que este la pudiera
vigilar.
A nosotros nos parecía que podía existir un componente paranoide
en aquello que decía ya que su marido decía que en ningún momento le había
mencionado nada relativo a cámaras ni a que querría vigilarla, pero este
también negaba la existencia de ningún tipo de maltrato. La paciente
progresivamente insistía en un único punto: tenía miedo de volver a casa porque
temía que su marido tomara represalias contra ella de diverso tipo y pensaba
que su única solución sería convertirse
en una persona completamente sumisa a los deseos de este. Nos hacía dudar el
hecho de que su actitud suspicaz estuviera dirigida los primeros días del
ingreso hacia nosotros, ante lo que nos respondía que actuaba así porque tenía
miedo de que su marido la hubiera conseguido ingresar en un psiquiátrico, algo
de lo que le había amenazado en otras ocasiones. Progresivamente, había cada
vez más hechos que nos hacían dudar, por una parte parecía que existían razones
para pensar en el claro componente delirante de la paciente, pero por otra
parecía que existían razones para pensar que lo que decía sobre su marido podía
ser cierto. ¿Qué pasaba con aquel parte de lesiones? ¿Eran autoinducidas como
afirmaba su marido o eran causadas por él? ¿Eran ambas cosas ciertas y ante las
conductas extrañas su marido había respondido de forma violenta?
Pese a que el caso nos resultaba inquietante y nos preocupaba de
cara a la evolución que tendría la paciente una vez que fuera dada de alta, no pudimos responder con certeza ninguna de
estas preguntas. Por más que investigábamos en una u otra dirección, siempre
había razones que daban por cierta ambas opciones. Estos casos no únicamente
suponen cuestionamientos a nivel profesional, sino también a nivel humano ya
que uno siente gran parte de responsabilidad sobre qué podría hacer o cómo
debería posicionarse ante estas situaciones. Y la verdad es que, aunque los
profesionales podemos estar tentados de tomar posiciones más o menos radicales,
esta no suele ser la mejor idea para ninguna de las partes.
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