martes, 4 de octubre de 2016

¿Delirio o realidad? El caso del paciente E.Y. que nos dejó atónitos…




A veces un delirio es fácilmente identificable por lo extraño de la creencia, por lo fuera de la realidad que están las creencias que el paciente refiere, pero, en ocasiones la línea que separa la realidad de la locura es tan fina que llega a difuminarse.

El caso que presentaremos a continuación es un caso real de una mujer con el que nuestro equipo de salud mental trató varias veces en su ingreso en la unidad de hospitalización. 

La primera vez que tuvimos la oportunidad de verla la encontramos en posición fetal, agarrada a sus rodillas, entre el cabecero de la cama del hospital y la pared. No respondía a ninguna de las preguntas que le hacíamos y no se movía. Así permaneció durante dos días, pero con ayuda de la medicación y encontrándose más tranquila fue haciendo avances por conectarse con el entorno: primero  se tumbó en la cama, luego nos respondía con leves movimientos de cabeza y, finalmente, comenzó a hablarnos; primero con monosílabos y terminó por poder hablar con nosotros con mayor normalidad.  El motivo de su ingreso era que su pareja últimamente la encontraba más nerviosa y con una actitud suspicaz hacia él, además de presentar comportamientos bizarros como pintar las bombillas de casa o llevar gafas de sol oscuras con las luces apagadas.

Cuando pudimos comunicarnos con la paciente, lo primero que nos dijo era que no debíamos fiarnos de nada de lo que nos dijera su marido, puesto que este estaba decidido a hacerle la vida imposible desde que ella le había denunciado por maltrato. Según contaba, su marido bebía con frecuencia desde hacía años y en una de las veces que había llegado ebrio a casa este le había maltratado. Ella decidió no denunciarlo aquella vez, pero esta situación se produciría en más ocasiones  y acabó por denunciarle presentando un parte de lesiones, que nosotros pudimos verificar en el historial clínico de la paciente. Nosotros le preguntamos por las conductas extrañas que su marido describía a lo que ella respondía que este le había amenazado con que instalaría cámaras en las bombillas de su casa para espiarla sin que ella lo supiera y admitió ser cierto lo que su marido decía, al igual que decía que utilizaba esas gafas porque la protegías de que este la pudiera vigilar.

A nosotros nos parecía que podía existir un componente paranoide en aquello que decía ya que su marido decía que en ningún momento le había mencionado nada relativo a cámaras ni a que querría vigilarla, pero este también negaba la existencia de ningún tipo de maltrato. La paciente progresivamente insistía en un único punto: tenía miedo de volver a casa porque temía que su marido tomara represalias contra ella de diverso tipo y pensaba que su única solución sería  convertirse en una persona completamente sumisa a los deseos de este. Nos hacía dudar el hecho de que su actitud suspicaz estuviera dirigida los primeros días del ingreso hacia nosotros, ante lo que nos respondía que actuaba así porque tenía miedo de que su marido la hubiera conseguido ingresar en un psiquiátrico, algo de lo que le había amenazado en otras ocasiones. Progresivamente, había cada vez más hechos que nos hacían dudar, por una parte parecía que existían razones para pensar en el claro componente delirante de la paciente, pero por otra parecía que existían razones para pensar que lo que decía sobre su marido podía ser cierto. ¿Qué pasaba con aquel parte de lesiones? ¿Eran autoinducidas como afirmaba su marido o eran causadas por él? ¿Eran ambas cosas ciertas y ante las conductas extrañas su marido había respondido de forma violenta?


Pese a que el caso nos resultaba inquietante y nos preocupaba de cara a la evolución que tendría la paciente una vez que fuera dada de alta,  no pudimos responder con certeza ninguna de estas preguntas. Por más que investigábamos en una u otra dirección, siempre había razones que daban por cierta ambas opciones. Estos casos no únicamente suponen cuestionamientos a nivel profesional, sino también a nivel humano ya que uno siente gran parte de responsabilidad sobre qué podría hacer o cómo debería posicionarse ante estas situaciones. Y la verdad es que, aunque los profesionales podemos estar tentados de tomar posiciones más o menos radicales, esta no suele ser la mejor idea para ninguna de las partes.

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