miércoles, 6 de septiembre de 2017

¿Anan qué? Anancástica

                     Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe


La personalidad anancástica  u obsesiva-compulsiva (se equipararán aunque no son estrictamente equivalentes) supone una forma de ser, sentir, pensar y comportarse relativamente estable y que, de alguna manera, puede condicionar el día a día de la persona que la presente. Aunque podríamos pensar que una gran parte de la población tiene un poco de obsesiva, lo cierto es que el problema llega cuando condiciona nuestro devenir entorpeciendo, por ejemplo, nuestra capacidad de trabajar y/o tener una relación.

Pero más allá de criterios diagnósticos, cuáles son ejemplos de posibles cotidianeidades que son prototípicas del comportamiento de las personalidades anancásticas. El caso es que quizá, una infancia en la que haya progenitores excesivamente celosos del comportamiento de sus hijos, hipercontroladores y muy exigentes; críticos hasta la saciedad con lo que consideran erróneo; y siempre exigiendo un comportamiento óptimo y acorde con lo esperable, supongan determinantes de una introyección por parte del niño de la necesidad de realizar todo de forma perfecta y tenerlo bajo control. El desarrollo se tiñe de un mundo de prohibiciones, impidiendo la aparición de satisfacción con uno mismo y lo que se hace, lo que deriva en fomentar la aparición de cierta indefensión ante el resultado del comportamiento si no es el esperable.

Epidemiológicamente hablaríamos de una prevalencia del 1% en población general, si bien hay otros estudios que apuntan a porcentajes que varían entre el 0,9% y el 6,4% (cifras probablemente vinculadas a rasgos de la personalidad y no tanto a trastorno). Los rasgos definitorios son falta de decisión, dudas y precauciones excesivas que reflejan una profunda inseguridad personal, preocupación por los detalles, normas, listas , orden, organización y programación del tiempo; perfeccionismo, desproporcionado hasta el extremo de llegar a perder la perspectiva global de la situación; rectitud y escrupulosidad excesivas; preocupación injustificada por los remordimientos, hasta el extremo de renunciar a actividades placenteras y relaciones personales; pedantería y convencionalismo con limitada capacidad para expresar emociones afectuosas; rigidez y obstinación; así como insistencia no razonable en que los demás se sometan a su propia forma de hacer las cosas o bien una resistencia no razonable a permitir que los demás hagan las cosas por sí mismos.

Quizá es difícil reconocerse en esos criterios (por cierto, hay que cumplir un mínimo de cuatro) y hagan falta ejemplos más concretos. Así, alguien obsesivo intentará siempre ser el líder en un trabajo grupal, imponiendo sus criterios y/o desdeñando los de otras personas salvo que considere que son tan válidas como él. Su forma de ver las cosas es, a sus ojos, la más idónea ya que considera es quien verdaderamente se fija en los elementos importantes. Vigilará su cuenta corriente con celo y continuamente estará planificando posibles gastos futuros que puedan descuadrar su presupuesto. Obstinado y terco, transmitirá una aparente seguridad, si bien continuamente puede buscar la aprobación de las ya mencionadas figuras de referencia o personas tan válidas como él. Mucho cuidado con no ceder un asiento a una persona anciana en un transporte público si está delante alguien anancástico. Gustan de seguir las normas sociales con rectitud y por ello, al conducir un vehículo, serán muy escrupulosos a la hora de señalizar todas las maniobras y, aún mucho más, en procurar que los demás las sigan. No es difícil ver a la persona obsesiva corrigiendo continuamente a los demás acerca de lo que deben y no deben hacer o como es mejor comportarse en determinadas situaciones. Pueden ser muy desordenados para algunas cosas pero intentan imponer su orden y control a los demás en la mayoría de las situaciones. Dar tantas vueltas a todo tiene muchos inconvenientes y es muy probable que se enfrasquen en una tarea que quizá no es la más importante en ese momento, pero si un pensamiento automático pasa por su cabeza… poco hay que hacer. Dada el alto nivel de autoexigencia no es raro que gusten del escapismo en forma de períodos de aislamiento o conductas adictivas (como pueden ser videojuegos). Continuamente estarán preguntando si están obrando bien (a sus referentes), incluso en temas afectivos. La empatía no suele ser una virtud que adorne a estas personas y no gustan de ver expresiones espontáneas de afecto (p. e.: la gente que es muy efusiva en su alegría). Medir cada palabra es clave y mucho más huir de las relaciones interpersonales donde pueden mostrar ambigüedad dado que es difícil se sientan plenamente cómodos. Lo importante con una persona obsesiva es que no sufra daño, porque en ese caso será extremadamente despiadado con su objeto de ataque. No hay una vivencia del presente, sino de lo que se debería haber hecho en el pasado o de lo que se debe hacer en el futuro. Aparentan alegría, espontaneidad y positivismo, cuando detrás de todo ello hay tensión y un halo sombrío de control emocional. La palabra responsabilidad es su bandera y la búsqueda de la aceptación por los demás su objetivo. Tienen muchas conductas estereotipadas diarias que convierten en una verdadera liturgia necesaria e imprescindible en su obrar. Por cierto, no es bueno que se cambien los planes a última hora, al menos con una persona obsesiva.


No sé si Abraham Lincoln era obsesivo, pero dijo un frase típica de ellos cuando señaló no se puede escapar de la responsabilidad del mañana evadiéndola hoy, mientras que Mahatma Gandhi consideraba que la felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía. A mí me surge recomendar que sólo se puede disfrutar lo auténticamente placentero en el presente, sin amargarse continuamente con el eventual mañana

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