La personalidad anancástica u obsesiva-compulsiva (se equipararán
aunque no son estrictamente equivalentes) supone una forma de ser, sentir,
pensar y comportarse relativamente estable y que, de alguna manera, puede
condicionar el día a día de la persona que la presente. Aunque podríamos pensar
que una gran parte de la población tiene un
poco de obsesiva, lo cierto es que el problema llega cuando condiciona
nuestro devenir entorpeciendo, por ejemplo, nuestra capacidad de trabajar y/o
tener una relación.
Pero más allá de criterios diagnósticos, cuáles
son ejemplos de posibles cotidianeidades que son prototípicas del comportamiento
de las personalidades anancásticas. El
caso es que quizá, una infancia en la que haya progenitores excesivamente celosos del comportamiento de sus hijos,
hipercontroladores y muy exigentes; críticos hasta la saciedad con lo que
consideran erróneo; y siempre exigiendo un comportamiento óptimo y acorde con
lo esperable, supongan determinantes de una introyección por parte del niño de
la necesidad de realizar todo de forma perfecta y tenerlo bajo control. El
desarrollo se tiñe de un mundo de prohibiciones, impidiendo la aparición de satisfacción
con uno mismo y lo que se hace, lo que deriva en fomentar la aparición de
cierta indefensión ante el resultado del comportamiento si no es el esperable.
Epidemiológicamente hablaríamos de una prevalencia del 1% en población general,
si bien hay otros estudios que apuntan a
porcentajes que varían entre el 0,9% y el 6,4% (cifras probablemente
vinculadas a rasgos de la personalidad y no tanto a trastorno). Los rasgos
definitorios son falta de decisión, dudas
y precauciones excesivas que reflejan una profunda inseguridad personal,
preocupación por los detalles, normas, listas , orden, organización y
programación del tiempo; perfeccionismo, desproporcionado hasta el extremo de llegar
a perder la perspectiva global de la situación; rectitud y escrupulosidad
excesivas; preocupación injustificada por los remordimientos, hasta el extremo
de renunciar a actividades placenteras y relaciones personales; pedantería y
convencionalismo con limitada capacidad para expresar emociones afectuosas;
rigidez y obstinación; así como insistencia no razonable en que los demás se
sometan a su propia forma de hacer las cosas o bien una resistencia no
razonable a permitir que los demás hagan las cosas por sí mismos.
Quizá es difícil reconocerse en esos criterios
(por cierto, hay que cumplir un mínimo de
cuatro) y hagan falta ejemplos más concretos. Así, alguien obsesivo intentará siempre ser el líder
en un trabajo grupal, imponiendo sus criterios y/o
desdeñando los de otras personas salvo que considere que son tan válidas como
él. Su forma de ver las cosas es, a sus ojos, la más idónea ya que considera es
quien verdaderamente se fija en los elementos importantes. Vigilará su
cuenta corriente con celo y continuamente estará planificando posibles gastos futuros
que puedan descuadrar su presupuesto. Obstinado y terco,
transmitirá una aparente seguridad, si bien continuamente puede buscar la
aprobación de las ya mencionadas figuras de referencia o personas tan válidas
como él. Mucho cuidado con no ceder un asiento a una persona anciana en un
transporte público si está delante alguien anancástico.
Gustan
de seguir las normas sociales con rectitud y por ello, al conducir un
vehículo, serán muy escrupulosos a la hora de señalizar todas las maniobras y,
aún mucho más, en procurar que los demás las sigan. No es difícil ver a la
persona obsesiva corrigiendo
continuamente a los demás acerca de lo que deben y no deben hacer o
como es mejor comportarse en determinadas situaciones. Pueden ser muy
desordenados para algunas cosas pero intentan imponer su orden y control a los
demás en la mayoría de las situaciones. Dar tantas vueltas a todo tiene
muchos inconvenientes y es muy probable que se enfrasquen en una tarea que
quizá no es la más importante en ese momento, pero si un pensamiento automático
pasa por su cabeza… poco hay que hacer. Dada el alto nivel de autoexigencia
no es raro que gusten del escapismo en forma de períodos de aislamiento o conductas
adictivas (como pueden ser videojuegos). Continuamente estarán
preguntando si están obrando bien (a sus referentes), incluso
en temas afectivos. La empatía no suele ser una virtud
que adorne a estas personas y no gustan de ver expresiones espontáneas de
afecto (p. e.: la gente que es muy efusiva en su alegría). Medir
cada palabra es clave y mucho más huir de las relaciones interpersonales
donde pueden mostrar ambigüedad dado que es difícil se sientan plenamente
cómodos. Lo importante con una persona obsesiva
es que no sufra daño, porque en ese caso será extremadamente despiadado con su
objeto de ataque. No hay una vivencia del presente, sino
de lo que se debería haber hecho en el pasado o de lo que se debe hacer en el
futuro. Aparentan alegría, espontaneidad y positivismo, cuando detrás
de todo ello hay tensión y un halo sombrío de control emocional. La
palabra responsabilidad es su bandera y la búsqueda de la aceptación por los
demás su objetivo. Tienen muchas conductas estereotipadas diarias que
convierten en una verdadera liturgia necesaria e imprescindible en su obrar.
Por cierto, no es bueno que se cambien los planes a última hora, al menos
con una persona obsesiva.
No sé si Abraham
Lincoln era obsesivo, pero dijo
un frase típica de ellos cuando señaló no
se puede escapar de la responsabilidad del mañana evadiéndola hoy, mientras
que Mahatma Gandhi consideraba que la
felicidad es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en
armonía. A mí me surge recomendar que sólo se puede disfrutar lo auténticamente
placentero en el presente, sin amargarse continuamente con el eventual mañana.
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