Toda vez que la época estival finalizan creo que sigo
sintiéndome cautivo del deseo de viajar o estar lejos del hogar, concepto
señalado en el epígrafe. Me encantaría disfrutar de la exposición a los rayos
del sol (actirastia) y luego
cubrirme –pero no enterrarme- con arena de playa (tafefilia). Ahora bien, si ese deseo se convierte en la fuente
predominante de placer sexual, obviamente nos movemos en el campo de las parafilias (cuyas raíces etimológicas griegas tienen que ver con estar al margen
del amor). Se han documentado unas
549, pero quien sabe si hay más, ya que ancha
es Castilla y el mundo está lleno de placeres ocultos. El DSM-5 especifica ocho parafilias principales, aunque hay diversas
clasificaciones, siendo más correcta la que clasifica psicológicamente por
grupo de preferencia (personas, sadismo, situaciones, etc.). En 1987 desapareció la conceptualización de
las mismas como perversiones y,
en la actualidad se distingue entre parafilia
y trastorno parafílico en función,
sobre todo, de la inexistencia en la
primera de perjuicio en aspectos personales, sociales y/o laborales de la
persona que la presenta.
Quitando hierro al asunto y huyendo de algunas parafilias que pueden causar más
sorpresa y/o quizá rechazo como el caso de la excitación por parejas sexuales
con miembros amputados (acrotomofilia) o la excitación por la idea de comer o ser
comido por los demás –tragado de una sola pieza- (vorarefilia), lo cierto es que me gustaría tirase la primera piedra
quien no sienta excitación por la desnudez (gimnofilia o nudomanía). Aquí me vuelve a venir a la cabeza lo de
la inadaptación si suponen un trastorno, recomendando al nudomaníaco no acudir a zonas nudistas tras dejarse llevar por su ecdemolagnia. Por cierto, las
parafilias suelen responder al no hay dos
sin tres o al no hay quinto malo.
Vamos, que tienen una alta comorbilidad (sobre todo si hay una grave de por
medio). Admito que me gustan los gatos (ailurofilia),
pero no malpenséis, que no es bestialismo
–zoofilia-. Al menos no tengo zemifilia, término vinculado a sentir atracción
por los topos (me atormenta saber de esta existencia). Mi gozo con los felinos tiene
que ver con verlos, ya sean propios, ajenos o mucho más los llamados callejeros
y que tanto gustan de andar por lugares abandonados y/o descampados, allí donde
algunas parejas jóvenes (a veces no tanto) pueden buscar sus momentos de
intimidad que, en todo caso deseemos no sea su único lugar excitante, ya que en
ese caso hablaríamos de amomaxia.
Qué difícil es escribir estos términos sin tener faltas de ortografía. Bueno, a
lo mejor contribuyo a generar una excitación lingüística ante mis errores a
alguien que presente anortografofilia.
Para otras personas, el estímulo lingüístico tiene que ver con la audición (audiolagnia) y no es que se exciten al
escuchar sus propias hazañas sexuales (jactitafilia),
sino más bien los jadeos o incluso la voz de alguien.
Lo de las faltas de ortografía enlaza con este
mundo de nuevas tecnologías en que estamos y que dinamita el uso convencional
del lenguaje. El siglo XXI nos ha llevado a un mundo dominado por internet y
nuestra dependencia informática ha derivado en que pueda haber atracción hacia
los ordenadores (logozomecanofilia)
perdiéndose el atractivo por lo clásico y con una sexualidad en la quizá impera
cierto componente exhibicionista que
huye del antiguo disfrute con luces tenues o en penumbra, si bien nunca en la
oscuridad absoluta para no caer en la ligerastia.
Quién sabe si esa excitación a oscuras no se complementa con un placer
inusitado si hay rayos y truenos (keraunofilia).
Por cierto, no he señalado que la inmensa mayoría
de las parafilias –excepto masoquismo- son inmensamente más prevalentes en el género masculino que en el
femenino (se habla de una proporción 20 a 1). Seguro que preguntando las
preferencias de los hombres (permitidme un retórico alejamiento en este
momento) por las mujeres y huyendo del romanticismo hablarán de diferentes
partes del cuerpo. Unos se excitarán con las piernas (crurofilia) y otros con los ojos (oculofilia), a otros les gustarán mujeres musculosas (estenolagnia), altas (acrofilia) y muy jóvenes en relación a
ellos (blastolagnia –no confundir
con pedofilia ni su antónima teleiofilia –atracción sexual de un
menor hacia un adulto) mientras que otros optarán por hombres o mujeres grandes
(macrofilia) y/o pequeños/as (microfilia) aunque quizá, cuando somos
más jóvenes, preferimos la madurez (graofilia).
En todo caso, todos tenemos nuestros lugares fetiche para nuestras intimidades. Tirando
de lugares insólitos y siendo un poco pícaro, hay personas que se excitan con
la vegetación –dentrofilia- y nada
que ver con el castizo refranero español al irse al huerto, sino que hablamos
de una variante froteurista (rozarse
con personas) en la que se refriegan con plantas y/o árboles. Más cultural parece
el pigmalionismmo o agamatofilia que tiene que ver con la
atracción sexual por estatuas o maniquíes desnudos (atención a si alguien está
muy embelesado contemplando una obra de arte).
Decía Joubert
que el placer no es sino la felicidad de
una parte del cuerpo y Séneca
que los placeres, aún después de haber
pasado, recrean. No sé, quizá es mejor moverse no de placer en
placer sino de esperanza en esperanza.
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