miércoles, 20 de septiembre de 2017

Ecdemolagnia

                  Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe




Toda vez que la época estival finalizan creo que sigo sintiéndome cautivo del deseo de viajar o estar lejos del hogar, concepto señalado en el epígrafe. Me encantaría disfrutar de la exposición a los rayos del sol (actirastia) y luego cubrirme –pero no enterrarme- con arena de playa (tafefilia). Ahora bien, si ese deseo se convierte en la fuente predominante de placer sexual, obviamente nos movemos en el campo de las parafilias (cuyas raíces etimológicas griegas tienen que ver con estar al margen del amor). Se han documentado unas 549, pero quien sabe si hay más, ya que ancha es Castilla y el mundo está lleno de placeres ocultos. El DSM-5 especifica ocho parafilias principales, aunque hay diversas clasificaciones, siendo más correcta la que clasifica psicológicamente por grupo de preferencia (personas, sadismo, situaciones, etc.). En 1987 desapareció la conceptualización de las mismas como perversiones y, en la actualidad se distingue entre parafilia y trastorno parafílico en función, sobre todo, de la inexistencia en la primera de perjuicio en aspectos personales, sociales y/o laborales de la persona que la presenta.

Quitando hierro al asunto y huyendo de algunas parafilias que pueden causar más sorpresa y/o quizá rechazo como el caso de la excitación por parejas sexuales con miembros amputados (acrotomofilia)  o la excitación por la idea de comer o ser comido por los demás –tragado de una sola pieza- (vorarefilia), lo cierto es que me gustaría tirase la primera piedra quien no sienta excitación por la desnudez (gimnofilia o nudomanía). Aquí me vuelve a venir a la cabeza lo de la inadaptación si suponen un trastorno, recomendando al nudomaníaco no acudir a zonas nudistas tras dejarse llevar por su ecdemolagnia. Por cierto, las parafilias suelen responder al no hay dos sin tres o al no hay quinto malo. Vamos, que tienen una alta comorbilidad (sobre todo si hay una grave de por medio). Admito que me gustan los gatos (ailurofilia), pero no malpenséis, que no es bestialismozoofilia-. Al menos no tengo zemifilia, término vinculado a sentir atracción por los topos (me atormenta saber de esta existencia). Mi gozo con los felinos tiene que ver con verlos, ya sean propios, ajenos o mucho más los llamados callejeros y que tanto gustan de andar por lugares abandonados y/o descampados, allí donde algunas parejas jóvenes (a veces no tanto) pueden buscar sus momentos de intimidad que, en todo caso deseemos no sea su único lugar excitante, ya que en ese caso hablaríamos de amomaxia. Qué difícil es escribir estos términos sin tener faltas de ortografía. Bueno, a lo mejor contribuyo a generar una excitación lingüística ante mis errores a alguien que presente anortografofilia. Para otras personas, el estímulo lingüístico tiene que ver con la audición (audiolagnia) y no es que se exciten al escuchar sus propias hazañas sexuales (jactitafilia), sino más bien los jadeos o incluso la voz de alguien.

Lo de las faltas de ortografía enlaza con este mundo de nuevas tecnologías en que estamos y que dinamita el uso convencional del lenguaje. El siglo XXI nos ha llevado a un mundo dominado por internet y nuestra dependencia informática ha derivado en que pueda haber atracción hacia los ordenadores (logozomecanofilia) perdiéndose el atractivo por lo clásico y con una sexualidad en la quizá impera cierto componente exhibicionista que huye del antiguo disfrute con luces tenues o en penumbra, si bien nunca en la oscuridad absoluta para no caer en la ligerastia. Quién sabe si esa excitación a oscuras no se complementa con un placer inusitado si hay rayos y truenos (keraunofilia).

Por cierto, no he señalado que la inmensa mayoría de las parafilias –excepto masoquismo- son inmensamente más prevalentes en el género masculino que en el femenino (se habla de una proporción 20 a 1). Seguro que preguntando las preferencias de los hombres (permitidme un retórico alejamiento en este momento) por las mujeres y huyendo del romanticismo hablarán de diferentes partes del cuerpo. Unos se excitarán con las piernas (crurofilia) y otros con los ojos (oculofilia), a otros les gustarán mujeres musculosas (estenolagnia), altas (acrofilia) y muy jóvenes en relación a ellos (blastolagnia –no confundir con pedofilia ni su antónima teleiofilia –atracción sexual de un menor hacia un adulto) mientras que otros optarán por hombres o mujeres grandes (macrofilia) y/o pequeños/as (microfilia) aunque quizá, cuando somos más jóvenes, preferimos la madurez (graofilia).

En todo caso, todos tenemos nuestros lugares fetiche para nuestras intimidades. Tirando de lugares insólitos y siendo un poco pícaro, hay personas que se excitan con la vegetación –dentrofilia- y nada que ver con el castizo refranero español al irse al huerto, sino que hablamos de una variante froteurista (rozarse con personas) en la que se refriegan con plantas y/o árboles. Más cultural parece el pigmalionismmo o agamatofilia que tiene que ver con la atracción sexual por estatuas o maniquíes desnudos (atención a si alguien está muy embelesado contemplando una obra de arte).


Decía Joubert que el placer no es sino la felicidad de una parte del cuerpo y Séneca que los placeres, aún después de haber pasado, recrean. No sé, quizá es mejor moverse no de placer en placer sino de esperanza en esperanza.

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