Y casi sin darme cuenta, llevo 5 meses y pico de
rotación por mi CSM y, a medida que el tiempo va pasando, mi grado de responsabilidad va
aumentando de forma progresiva.
Hace
unas semanas os contaba cómo había sido mi primera evaluación, así que hoy
vamos a subir un escalón más y voy a compartir con vosotr@s cómo fue mi primera
experiencia con un paciente a partir de ese punto.
No sé si os acordaréis del guion que tenía para hacer
la entrevista inicial del paciente (aunque luego no lo siguiera estrictamente),
pues bien una vez acabado ese guion tocaba dar el siguiente paso y cualquiera
podría decir “está claro, el siguiente paso es el tratamiento”, pero en mi
cabeza más que claridad había un auténtico caos con preguntas del tipo: ¿qué tratamiento? ¿Por dónde empiezo? ¿Tengo
información suficiente para empezar? Y la más importante, ¿cómo lo hago?
Mi primer paciente me llegó a partir de uno de los
psiquiatras de mi centro, llevaba varios meses con él siguiendo un tratamiento
farmacológico, que hasta el momento no estaba logrando una mejoría de la
sintomatología basal del paciente. En mi centro, las historias clínicas se
realizan en papel, lo cual en mi caso dificultó bastante la comprensión de las
anotaciones previas, por lo que aún con más ahínco decidí recopilar de primera
mano toda la información que pudiera ser relevante, para así poder hacer una
formulación del caso lo más completa posible. Aún recuerdo el primer pensamiento
que apareció en mi cabeza cuando vi a esta persona “ANSIEDAD”. Podía percibir su nerviosismo desde el temblor de sus manos hasta su sudoración o su respiración acelerada. En ese instante, el foco de mi atención se
desplazó de mi misma y de todas las dudas previas a todos esos detalles y al
imperante deseo que sentía por poder ayudar
a esa persona a reducir su malestar. Intenté recoger toda la información
acerca del problema actual, de sus síntomas (fundamentalmente
ansioso-depresivos de alta gravedad y enormemente limitantes), de la evolución,
de las posibles relaciones que establecía el paciente entre estos elementos y
diferentes acontecimientos de su vida, de su profesión, su familia, su red
social, sus apoyos, sus expectativas…
Seguro que algún@ de vosotr@s se estará preguntando
“¿y cuándo empieza con la parte de la terapia?” Pues bien, en este caso, la propia evaluación constituía una
intervención psicológica en sí misma, ya que el paciente siendo fiel a su
patrón de funcionamiento habitual marcado por la evitación generalizada, incurría
en ella cada vez que abordábamos temas nucleares durante las sesiones, lo cual
dificultaba la obtención de ciertos datos. Sin embargo, poco a poco hemos ido
consolidando una buena relación terapéutica y hemos podido ir superando
algunas de estas barreras y profundizando en algunos de estos temas que le
resultan tan ansiógenos, consiguiendo una exposición progresiva a los mismos, como un paso previo a una exposición
in vivo a ciertas situaciones de su vida. Aunque el trabajo está siendo lento,
seguimos esforzándonos por ir superando obstáculos que nos permitan ir
consiguiendo pequeños objetivos.
Supongo que por
ser el primero, lo viví de una forma especial. No tenía nada con lo que
comparar y cada pequeño avance e incluso cualquier retroceso lo sentía como
algo totalmente nuevo. No obstante, he de señalar que a lo largo de este
proceso, he contado con la supervisión de mi adjunta, compartiendo impresiones
e hipótesis del caso y resolviendo algunas de mis dudas e inquietudes no solo
sobre el paciente, si no de mi rol
durante la terapia (que os puedo asegurar que eran casi más).
Sin duda, si algo estoy aprendiendo en estos meses es
que en este trabajo no existen el blanco y el negro si no que entre medias hay
toda una escala de grises, al igual que no
siempre hay una evaluación claramente diferenciada de una intervención.
Os deseo
muchísimo ánimo a tod@s en vuestro estudio. ¡Muchísimas gracias a tod@s!
LAURA PÉREZ
Psicóloga Interna Residente