Hoy es el día
internacional de la no violencia contra la mujer y, hasta el día 10 de
noviembre de este año estaban confirmadas cuarenta y cuatro mujeres asesinadas
en el contexto de la también llamada violencia machista en España. Lamentablemente,
esta mañana cuando me he levantado y he ido presto a leer la prensa he visto
consternado como había un nuevo crimen que posiblemente se sumaba a alguna otra
mujer fallecida durante estos días que median entre el dato oficial que aporto
con fecha y el presente día 25 de
noviembre. Este abominable dato se une a las cuarenta y cuatro mujeres del
año pasado y a otras tantas personas fallecidas cada año que, lejos de ser una
fría y sórdida cifra reveladora de una lacra social, encierran detrás un sinfín
de proyectos de vida destruidos así como familias y familiares destrozados.
Detrás de esta sórdida realidad que en algunos entornos se empeñan en
cuestionar, está un conjunto de factores y variables que condicionan y modulan
esta realidad. Unas u otras culturas tienen mayores posibilidades y predictores
de la violencia de género y, en este sentido, en nuestra cultura supongo que
nadie podrá cuestionar el valor predictor del machismo. Aludiendo a una estricta y mesurada opinión personal,
considero que el machismo no sólo es
un factor predisponente de la violencia de género sino que, de alguna manera,
constituye una expresión (más o menos marcada) de la misma o, cuanto menos, una
manifestación de una inercia social predisponente a considerar que el varón es
por naturaleza superior a la mujer subyugándola al poder del hombre.
El machismo
implica actitudes, conductas y prácticas sociales que minimizan y soslayan el
papel de la mujer en áreas relevantes de la vida como son la familiar, sexual,
económica, legislativa, intelectual, anatómica, lingüística, histórica,
cultural, académica y un largo etcétera. Cuesta poco poner ejemplos de algunas
de estas situaciones. En este sentido, a nivel familiar nos encontramos con
unos sistemas familiares muchas veces tendentes al patriarcado y/u orientados
en torno a la figura del varón como elemento tomador de decisiones que se
anteponen a las que pueda tomar la mujer. Me viene a la mente una frase muchas
veces escuchada y probablemente dicha también consistente en señalar esa es la mujer de…; ¡qué paradoja! supone
no escuchar nunca ese es el hombre de…. Puestos a entrar en otras áreas en
las que se revela el machismo, nadie
me negará que el sexismo y sus connotaciones se extienden a nuestro lenguaje
cotidiano. Perdonadme las palabras soeces, pero qué terrible es que algo
aburrido sea denominado coñazo y algo
divertido sea la poya. Siguiendo esta
retórica cuando hay un caos percibido hablamos del coño de la Bernarda pero cuando algo está muy bien hecho es “cojonudo”. Pienso en el mundo animal y
no es lo mismo señalar que alguien es un zorro
que una zorra o un gallo que una gallina. De la misma forma y tirando de refranero llora como mujer lo que no has sabido
defender como hombre o mujer sin
hijos, jardín sin flores u otro más zafio aún, a la mujer casada y casta, el marido le basta. No busquéis su homólogo en masculino, simplemente no existe.
Otras expresiones como nenaza, comportarse como una
señorita o aún más tétricas como comentarios del tipo “habrá igualdad cuando pongan un día internacional del hombre y no sólo
de la mujer son normalizadas en una cultura androcéntrica en la que la testosterona parece ser la variable que
determina y condiciona una imaginaria superioridad en todas las esferas
relevantes. Bien es cierto que esta hormona condiciona la identidad de género pero no menos
cierto que la correlación positiva entre
altos niveles de testosterona y conducta agresiva en humanos está más que
demostrada.
No quiero cerrar este escrito sin retomar las escalofriantes
cifras que lo abrían. Sólo una sociedad que promueva una igualdad verdadera en
todos los ámbitos puede considerarse madura y garante de la libertad y, para
llegar a ese punto, guste o no, hay que promover medidas encaminadas a la
protección de aquellas personas que están, sin ser así, en una posición de
inferioridad. La llamada discriminación
positiva (no me gusta la denominación) supone un elemento necesario en
tanto en cuanto siga habiendo manifestaciones sexistas que son subyacentes a
una cultura en la que muchas veces sólo recordamos la existencia del machismo y sus posibles correlatos
violentos cuando hay una víctima. Permitidme exclamar ¡NI UNA MENOS!
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