lunes, 5 de septiembre de 2016

Historia sobre un caso real de tratamiento de trastorno de pánico con agorafobia.

El caso que presentaremos a continuación es un caso real, del que, por motivos de confidencialidad, omitiremos datos personales. El objetivo de presentar este caso es el de ilustrar de la forma más verídica posible cómo algo tan aparentemente sencillo desde el punto de vista sintomatológico como las crisis de angustia pueden presentar una explicación causal rica en detalles que, si se pasa por alto, puede pasar completamente inadvertida.

La paciente de la que hablaremos es una mujer joven, de unos 20 años de edad aproximadamente, que acude a consulta del Centro de Salud Mental presentando frecuentes sensaciones punzantes en el pecho, con dificultad para respirar y mareos. A esto se le suma una marcada evitación del transporte público o de lugares concurridos, así como de ir sentada en el asiento del copiloto en el coche, pero sin dificultades si es ella quien conduce. En un comienzo, explica que ha acudido a diversos especialistas médicos por pensar que se trataba de que algo le estaba ocurriendo en el corazón, ya que en la primera crisis de angustia creía literalmente que podía morir, pero han descartado cualquier causa orgánica subyacente a estos fenómenos. Ante la pregunta casi obligada de si ella relaciona estos síntomas con algún evento reciente en su vida, explica que no, aparentemente todo está como de costumbre y han aparecido estas sensaciones. Por un momento, en la primera entrevista, dejamos a un lado la exploración psicopatológica y me cuenta que se encuentra cursando la carrera de derecho, que tiene un hermano de edad similar y que conviven con su padre, puesto que su madre, que vivía también con ellos, ha fallecido hacía unos 6 meses. Cuando menciona este hecho, me llama enormemente la atención cómo su gesto cambia radicalmente y, ante la pregunta de cómo fue para ella la vivencia de esta situación, la paciente comienza a llorar desconsoladamente. Cuenta que su madre fallece de un infarto de corazón mientras estaba sentada en el asiento del copiloto y su padre conducía, dejándoles a toda la familia en estado de shock por lo inesperado y traumático del evento. En sucesivas sesiones vemos cómo tanto ella como el resto de su núcleo familiar intentó pasar página lo antes posible, imposibilitando una elaboración del duelo adecuada. La propia paciente lo describía así: “es como si de repente hablar de mamá se hubiera convertido en un tabú y todos estuviéramos ocupados con la rutina diaria […] aunque al ser yo la mujer de la casa me ocupé de intentar tapar el hueco que ella dejó al morir”. Todo ello había funcionado así hasta que la paciente enferma, momento en que el resto de familiares comienzan a ocuparse de ella y de su bienestar.

Con este resumen de los hechos, ¿qué podemos decir sobre la relación que estos tienen con el cuadro de ansiedad que presenta la paciente? 

La primera tarea de la terapia consistía justamente en poder relacionar estos síntomas con alguna vivencia de la paciente. Aunque podría parecer algo relativamente obvio desde fuera, inicialmente ella no relacionaba la muerte de su madre y los posteriores eventos o dinámicas en las que ella y su familia entraron con los síntomas que refería. Partiendo de la base de que la ansiedad puede ser entendida como una señal de peligro, una señal de alarma que nos avisa de que algo puede estar yendo mal, fue ella misma la que llegó a la conclusión de que haberse encargado de todas las tareas que hacía su madre en la casa a expensas de poder tener un espacio en el que llorar su pérdida tenía que ver con lo que le ocurría. Parecía que tanto el ser consciente de que estaba de algún modo suplantando a su madre y, por otra parte, no darse la oportunidad de digerir lo ocurrido la estaban sobrecargando.

No obstante, esto era sólo la punta del iceberg. Aunque la paciente inicialmente no se permitía conscientemente recordar a su madre en su día a día, sí lo hacía con las crisis de ansiedad que presentaba. En concreto, los síntomas que experimentaba y el temor que decía tener ella lo relacionaba con aquello que ella imaginaba que su madre debió haber sufrido. En concreto, si su madre había fallecido de un infarto ella presentaba punzadas en el pecho izquierdo junto al temor a tener un infarto, además, la angustia sufrida al viajar en el asiento del copiloto y no en ningún otro lugar del coche, parecía sólo explicable por la repetición de lo vivido por ella. Como si de un puzzle con las piezas sin encajar se tratase, ella fue percatándose de que estaba volviendo a vivir toda una serie de acontecimientos que anteriormente había vivido su madre y que, en su imaginación, eran la causa de lo que le había ocurrido a su madre.  Se percibió envuelta en relaciones familiares tóxicas de cuidados y dependencia que ya anteriormente había vivido su madre con gran angustia, como ella misma pudo leer en un diario de su madre y que ahora le estaban afectando a ella.

Poco a poco fue dándole sentido a aquello que le ocurría y a medida que esto pasaba, los síntomas que le avisaban del peligro iban desapareciendo. No obstante quedaba algo fundamental ¿por qué tuvo que ponerse enferma con un cuadro de ansiedad para poder hablar de su madre? Sentía que era necesario romper aquel tabú, pero ¿qué precio habría que pagar? Parecía que sólo podría abordar el asunto desde estos síntomas que ella relacionaba con su madre y que podía exponer a sus familiares cercanos.


 Aunque aquí hemos tratado de resumir en qué consistió la terapia, el trabajo fue múltiple; comenzando por una elaboración de la pérdida y las fantasías asociadas, una rehubicación de roles y por poder tener un espacio donde abordar las vivencias asociadas que afectaban también a su propia identidad. Como se puede comprobar, si nos hubiéramos limitado a enseñar técnicas para calmar la ansiedad o a prescribir algún tipo de fármaco para esta (no obstante, ambas cosas se hicieron paralelamente al abordaje aquí descrito), poco de lo que la paciente descubrió podría haber ocurrido.

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