El caso que presentaremos a continuación es un caso real, del que,
por motivos de confidencialidad, omitiremos datos personales. El objetivo de
presentar este caso es el de ilustrar de la forma más verídica posible cómo
algo tan aparentemente sencillo desde el punto de vista sintomatológico como
las crisis de angustia pueden presentar una explicación causal rica en detalles
que, si se pasa por alto, puede pasar completamente inadvertida.
La paciente de la que hablaremos es una mujer joven, de unos 20
años de edad aproximadamente, que acude a consulta del Centro de Salud Mental
presentando frecuentes sensaciones punzantes en el pecho, con dificultad para
respirar y mareos. A esto se le suma una marcada evitación del transporte
público o de lugares concurridos, así como de ir sentada en el asiento del
copiloto en el coche, pero sin dificultades si es ella quien conduce. En un
comienzo, explica que ha acudido a diversos especialistas médicos por pensar
que se trataba de que algo le estaba ocurriendo en el corazón, ya que en la
primera crisis de angustia creía literalmente que podía morir, pero han
descartado cualquier causa orgánica subyacente a estos fenómenos. Ante la pregunta
casi obligada de si ella relaciona estos síntomas con algún evento reciente en
su vida, explica que no, aparentemente todo está como de costumbre y han
aparecido estas sensaciones. Por un momento, en la primera entrevista, dejamos
a un lado la exploración psicopatológica y me cuenta que se encuentra cursando
la carrera de derecho, que tiene un hermano de edad similar y que conviven con
su padre, puesto que su madre, que vivía también con ellos, ha fallecido hacía unos
6 meses. Cuando menciona este hecho, me llama enormemente la atención cómo su
gesto cambia radicalmente y, ante la pregunta de cómo fue para ella la vivencia
de esta situación, la paciente comienza a llorar desconsoladamente. Cuenta que
su madre fallece de un infarto de corazón mientras estaba sentada en el asiento
del copiloto y su padre conducía, dejándoles a toda la familia en estado de
shock por lo inesperado y traumático del evento. En sucesivas sesiones vemos
cómo tanto ella como el resto de su núcleo familiar intentó pasar página lo
antes posible, imposibilitando una elaboración del duelo adecuada. La propia
paciente lo describía así: “es como si de repente hablar de mamá se hubiera
convertido en un tabú y todos estuviéramos ocupados con la rutina diaria […] aunque
al ser yo la mujer de la casa me ocupé de intentar tapar el hueco que ella dejó
al morir”. Todo ello había funcionado así hasta que la paciente enferma,
momento en que el resto de familiares comienzan a ocuparse de ella y de su
bienestar.
Con este resumen de los hechos, ¿qué podemos decir sobre la
relación que estos tienen con el cuadro de ansiedad que presenta la
paciente?
La primera tarea de la terapia consistía justamente en poder
relacionar estos síntomas con alguna vivencia de la paciente. Aunque podría
parecer algo relativamente obvio desde fuera, inicialmente ella no relacionaba
la muerte de su madre y los posteriores eventos o dinámicas en las que ella y
su familia entraron con los síntomas que refería. Partiendo de la base de que
la ansiedad puede ser entendida como una señal de peligro, una señal de alarma
que nos avisa de que algo puede estar yendo mal, fue ella misma la que llegó a
la conclusión de que haberse encargado de todas las tareas que hacía su madre
en la casa a expensas de poder tener un espacio en el que llorar su pérdida
tenía que ver con lo que le ocurría. Parecía que tanto el ser consciente de que
estaba de algún modo suplantando a su madre y, por otra parte, no darse la
oportunidad de digerir lo ocurrido la estaban sobrecargando.
No obstante, esto era sólo la punta del iceberg. Aunque la
paciente inicialmente no se permitía conscientemente recordar a su madre en su
día a día, sí lo hacía con las crisis de ansiedad que presentaba. En concreto,
los síntomas que experimentaba y el temor que decía tener ella lo relacionaba
con aquello que ella imaginaba que su madre debió haber sufrido. En concreto,
si su madre había fallecido de un infarto ella presentaba punzadas en el pecho
izquierdo junto al temor a tener un infarto, además, la angustia sufrida al
viajar en el asiento del copiloto y no en ningún otro lugar del coche, parecía
sólo explicable por la repetición de lo vivido por ella. Como si de un puzzle
con las piezas sin encajar se tratase, ella fue percatándose de que estaba
volviendo a vivir toda una serie de acontecimientos que anteriormente había
vivido su madre y que, en su imaginación, eran la causa de lo que le había
ocurrido a su madre. Se percibió
envuelta en relaciones familiares tóxicas de cuidados y dependencia que ya
anteriormente había vivido su madre con gran angustia, como ella misma pudo
leer en un diario de su madre y que ahora le estaban afectando a ella.
Poco a poco fue dándole sentido a aquello que le ocurría y a
medida que esto pasaba, los síntomas que le avisaban del peligro iban
desapareciendo. No obstante quedaba algo fundamental ¿por qué tuvo que ponerse
enferma con un cuadro de ansiedad para poder hablar de su madre? Sentía que era
necesario romper aquel tabú, pero ¿qué precio habría que pagar? Parecía que
sólo podría abordar el asunto desde estos síntomas que ella relacionaba con su
madre y que podía exponer a sus familiares cercanos.
Aunque aquí hemos tratado
de resumir en qué consistió la terapia, el trabajo fue múltiple; comenzando por
una elaboración de la pérdida y las fantasías asociadas, una rehubicación de
roles y por poder tener un espacio donde abordar las vivencias asociadas que
afectaban también a su propia identidad. Como se puede comprobar, si nos
hubiéramos limitado a enseñar técnicas para calmar la ansiedad o a prescribir
algún tipo de fármaco para esta (no obstante, ambas cosas se hicieron
paralelamente al abordaje aquí descrito), poco de lo que la paciente descubrió
podría haber ocurrido.
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