Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
Llega el día de los Reyes Magos, momento mágico
donde los haya para los niños pero, para qué vamos a engañarnos, también para
los adultos al permitirnos revivir nuestra infancia año tras año. Más allá de
lo material, la llegada de tan divinos seres nos envuelve en un mar de
ilusiones, proyectos y anhelos. El inicio de un nuevo año en nuestras vidas y
el acicate de esta jornada celestial pueden suponer la génesis de una aguda e
inusitada fuerza interior (ya veremos si continua) que guíe nuestros primeros
pasos en estos días hacia aquello que nos resulta estimulante y/o supone una
motivación en nuestra cotidianeidad.
Como por pedir
que no quede y dicen que las claves de la felicidad son tres (salud,
dinero y amor); no está de más rogar el cumplimiento de estos deseos (concretados
a gusto del personal) a Melchor, Gaspar y Baltasar. A mí me surge pedir
dinero a Melchor, que para eso es quien ofreció oro a Jesús; salud a Gaspar,
ya que cuenta la tradición que tuvo una vida de 109 años y, por último; a
Baltasar le pido amor confesando que es el Rey Mago que me ha generado
siempre más apego.
Sin embargo, ya se sabe que contra el vicio de pedir, hay la virtud de no dar y es que cuando
pedimos mucho lo idóneo es que se nos oriente hacia el esfuerzo para
conseguir aquello que necesitamos. Es innegable que resulta tentador dejarse
llevar por lo azaroso. Supongo que nadie me negará que está bien conseguir
las cosas con nuestro trabajo, pero
que también hemos pensado que la suerte debería cruzarse en nuestro camino y
así sería un poquito más fácil. La suerte nos lleva a la fortuna, a lo
inesperado, a aquello que se produce cuando se está buscando otra cosa
distinta. Para qué engañarse, lo casual, la mera coincidencia, el accidente y
lo fortuito, es decir, la serendipia.
Imbuidos por la creencia en el poder de la suerte, podemos obviar nuestro
papel como principales motores y agentes responsables de aquello que nos
suceda (no eludiendo el notable papel que juega el contexto en el que estamos
inmersos).
Inmersos en este discurso, me permito una segunda
confesión relacionada con lo fortuito. Siempre me maravilló el mundo de las
casualidades y, por ello, era imposible que no terminase por leer a Eduardo Zancolli en El misterio de las coincidencias. Su
obra plantea el principio de la sincronicidad, definido como la fuerza de la
naturaleza que responde a la atracción del alma, cuando ha aumentado su
energía, para ayudarnos a conectar el mundo de la materia y el espiritual.
Dicho de otra forma, habría mucha relación entre lo que sucede en nuestro
interior y lo que recibimos del exterior, sin que podamos acudir al principio
de causa-efecto pero con un claro sentido para nosotros. Partiendo de esto y
para no ser farragosos, el planteamiento de base es que las personas
somos la principal causa (consciente o
inconscientemente) de aquello que nos sucede, debemos alejarnos de ver sólo
el final de las cosas y estar alerta (mejor que sea intuitiva) a las pequeñas
señales que nos pueden orientar hacia un nuevo camino que nosotros mismos reorganizaremos.
Si logramos esto, es posible que lo que antes parecía una casualidad, bien
sea como algo positivo o como fatalidad, sea renombrado como una coincidencia
con un nuevo significado que está contextualizado, ofreciéndonos la
posibilidad de reestructurar nuestros actos o valores y, en síntesis, de
evolucionar. Con todo, el planteamiento es que todas las personas tenemos una
ingente fuerza interna que deberíamos expresar no apelando a la buena o mala
suerte.
Y sí, no sé si se ha logrado explicar claramente
que, al final, lo real es que habitualmente a quien madruga Dios le ayuda o que, como planteaba Buda, cada uno recoge lo que siembra. Por
tanto, reformularé mi carta a los Reyes Magos y no les pediré salud, dinero y
amor. Prefiero pedirles estar atento a lo que son hábitos saludables,
esforzarme en los trabajos y/o motivaciones académicas o laborales
percibiendo las claves que permitan mi desarrollo profesional, así como
captar y reinterpretar los gestos de afecto que tengan lugar a mi alrededor.
Sé que estoy resultando prosaico y muy pragmático por lo que me veo obligado
a contrarrestar mínimamente para equilibrar la balanza, deseándoos y
deseándome algo en lo que lo fortuito
tiene poco que decir y que es vitalidad (por salud), provecho (por dinero) junto
con lealtad (por amor). No obstante, lo admito, tampoco rechazaré y sé que
desearé una posible ayuda celestial.
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Bibliografía
Zancolli, E. (2003). El misterio de las coincidencias. Ed.: Del nuevo estreno
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