lunes, 16 de enero de 2017

Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión



Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe

Dicen que por la Calle de Mañana se llega a la Plaza de Nunca. Partamos del supuesto del esfuerzo como algo controlable e innegociable. Pensar en que algo viene porque sí es negarse a seguir nuestro camino de los deseos. Descubrí este camino con una cita preciosa de la obra recomendada y que da título a esta reflexión. El camino de los deseos es un camino largo y que exige toda nuestra voluntad, la verdadera voluntad, probablemente aquel secreto más profundo que no conocemos. La única forma de llegar a ella es siguiendo ese camino y única, a la par que paradójicamente, con la exigencia de ser auténticos y mostrar una inusitada atención, ya que sin estas cualidades nos perderíamos. Al fin y al cabo, podemos estar convencidos de querer algo durante mucho tiempo porque valoramos que es prácticamente imposible, pero cuando se convierte en algo tangible, pierde su deseo y deja de convertirse en un anhelo.

En la Historia Interminable se nos presentan dos mundos, una tortuosa y tormentosa realidad para el protagonista que en el fondo pretende reflejar lo espurio de nuestro modelo de sociedad con olvido para los sueños y amnesia para la esperanza junto con la magia del mundo de Fantasía. En este contexto, la Nada se adueña progresivamente de Fantasía y, en definitiva, las personas perdemos nuestras ilusiones y somos más dóciles y sumisas, estando a merced de los poderosos y denostando nuestra autenticidad. Aunque pueda parecer llamativa esta afirmación, lo cierto es que siempre he pensado que podemos conseguir casi todo considerando nuestras aptitudes, invirtiendo actitud y perseverando en el camino de los deseos. La clave es el esfuerzo dirigido a la finalidad perseguida. Persiguiendo el final perfecto aristotélico, realizaremos múltiples fines (leer, pintar, escuchar música, etc.) dirigidos a nuestra felicidad, la cual alejará nuestra existencia de la vacuidad y nos acercará al final perfecto.

Desde que somos pequeños nos estamos haciendo propósitos y, de cara a los demás, hacemos promesas. “Lograré esto, conseguiré aquello, te aseguro lo otro, te prometo eso…” son expresiones que revelan nuestro compromiso con los demás y/o con nosotros mismos. Pero a veces faltamos a estos compromisos, porque relegamos la importancia de lo dicho, porque no fue posible su cumplimiento o, en la mayoría de los casos, porque no hemos invertido suficiente de nosotros en la empresa señalada. Quizá nos pase lo mencionado previamente, cuando algo es factible lo relegamos o cuando algo es utópico lo deseamos oníricamente pero sin creer en lo plausible de su logro. Me surge recomendar el que seamos realistas con los demás y con nosotros mismos, claros y nítidos, concretos (dado el inmenso poder de la especificidad), no someternos a los deseos de los demás, ser honestos y no actuar de forma contradictoria si bien, en muchas ocasiones, parece que la mejor forma de alcanzar las cosas es ir en la dirección opuesta. En nuestro libro de cabecera para esta disertación, el protagonista debe obviar la realidad para sumergirse en la fantasía y encontrar allí el significado de lo concreto. Aplicándolo a nosotros mismos, cuando queremos algo difícil hemos de mantener un sutil equilibrio entre los actos necesarios para su logro y el anhelo de su consecución, es decir, entre lo concreto y lo fantástico.

Y es que no hay que dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy y hay que ser diligentes para huir de la Nada. Nuestros deseos proceden de nuestros sentimientos, y la consecución de los primeros nos lleva a la satisfacción que, si se logra de forma empática, derivará inexorablemente en la felicidad. Los seres humanos tenemos una inmensa fuerza interior que, bien empleada, es una recompensa en sí misma. Otros consejos son enmendar los errores que percibamos, esforzarnos en aquello que otros rehúyen y alejar los lastres de nuestro camino de los deseos. El esfuerzo es nuestro gran aliado y, como se señalaba al principio, es innegociable. Querer es poder y sólo si quieres se puede. En ese camino hacia la felicidad no olvides nunca que existen pocos regalos pero sí muchos esfuerzos por lograrlos.

Con todo, quizá el mejor guiño final sea decir que el esfuerzo que lleva a la felicidad es un pragmatismo al nivel de lo señalado por Gandhi, quien consideraba que nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Con este planteamiento parece que la única guía es la esforzada razón, suponiendo la fantasía un mero acompañante. Sin embargo, siendo algo autocrítico, también diré que bienvenidas sean las recompensas que vienen sin esfuerzo, ya que también producen felicidad, aunque estoy seguro que mucha menos felicidad que aquellas para las que hemos luchado e invertido mucho de nosotros… Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Lectura recomendada
Ende, M. (1979). La historia interminable. Madrid: Alfaguara.


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