Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
Dicen que por
la Calle de Mañana se llega a la Plaza de Nunca. Partamos del supuesto
del esfuerzo como algo controlable e innegociable. Pensar en que algo viene
porque sí es negarse a seguir nuestro camino
de los deseos. Descubrí este camino con una cita preciosa de la obra
recomendada y que da título a esta reflexión. El camino de los deseos es un
camino largo y que exige toda nuestra voluntad, la verdadera voluntad,
probablemente aquel secreto más profundo que no conocemos. La única forma de
llegar a ella es siguiendo ese camino y única, a la par que paradójicamente,
con la exigencia de ser auténticos y mostrar una inusitada atención, ya que
sin estas cualidades nos perderíamos. Al fin y al cabo, podemos estar
convencidos de querer algo durante mucho tiempo porque valoramos que es
prácticamente imposible, pero cuando se convierte en algo tangible, pierde su
deseo y deja de convertirse en un anhelo.
En la Historia
Interminable se nos presentan dos mundos, una tortuosa y tormentosa
realidad para el protagonista que en el fondo pretende reflejar lo espurio de
nuestro modelo de sociedad con olvido para los sueños y amnesia para la
esperanza junto con la magia del mundo de Fantasía. En este contexto, la Nada se adueña progresivamente de
Fantasía y, en definitiva, las personas perdemos nuestras ilusiones y somos
más dóciles y sumisas, estando a merced de los poderosos y denostando nuestra
autenticidad. Aunque pueda parecer llamativa esta afirmación, lo cierto es
que siempre he pensado que podemos conseguir casi todo considerando nuestras
aptitudes, invirtiendo actitud y perseverando en el camino de los deseos. La
clave es el esfuerzo dirigido a la finalidad perseguida. Persiguiendo el
final perfecto aristotélico, realizaremos múltiples fines (leer, pintar,
escuchar música, etc.) dirigidos a nuestra felicidad, la cual alejará nuestra
existencia de la vacuidad y nos acercará al final perfecto.
Desde que somos pequeños nos estamos haciendo propósitos
y, de cara a los demás, hacemos promesas. “Lograré esto, conseguiré aquello, te aseguro lo otro, te prometo eso…” son expresiones que revelan
nuestro compromiso con los demás y/o con nosotros mismos. Pero a veces
faltamos a estos compromisos, porque relegamos la importancia de lo dicho,
porque no fue posible su cumplimiento o, en la mayoría de los casos, porque
no hemos invertido suficiente de nosotros en la empresa señalada. Quizá nos
pase lo mencionado previamente, cuando algo es factible lo relegamos o cuando
algo es utópico lo deseamos oníricamente pero sin creer en lo plausible de su
logro. Me surge recomendar el que seamos realistas con los demás y con
nosotros mismos, claros y nítidos, concretos (dado el inmenso poder de la
especificidad), no someternos a los deseos de los demás, ser honestos y no
actuar de forma contradictoria si bien, en muchas ocasiones, parece que la
mejor forma de alcanzar las cosas es ir en la dirección opuesta. En nuestro libro
de cabecera para esta disertación, el protagonista debe obviar la realidad
para sumergirse en la fantasía y encontrar allí el significado de lo
concreto. Aplicándolo a nosotros mismos, cuando queremos algo difícil hemos
de mantener un sutil equilibrio entre los actos necesarios para su logro y el
anhelo de su consecución, es decir, entre lo
concreto y lo fantástico.
Y es que no
hay que dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy y hay que ser
diligentes para huir de la Nada.
Nuestros deseos proceden de nuestros sentimientos, y la consecución de los
primeros nos lleva a la satisfacción que, si se logra de forma empática, derivará
inexorablemente en la felicidad. Los seres humanos tenemos una inmensa fuerza
interior que, bien empleada, es una recompensa en sí misma. Otros consejos
son enmendar los errores que percibamos, esforzarnos en aquello que otros
rehúyen y alejar los lastres de nuestro camino de los deseos. El esfuerzo es
nuestro gran aliado y, como se señalaba al principio, es innegociable. Querer
es poder y sólo si quieres se puede. En ese camino hacia la felicidad no
olvides nunca que existen pocos regalos pero sí muchos esfuerzos por
lograrlos.
Con todo, quizá el mejor guiño final sea decir que
el esfuerzo que lleva a la felicidad es un pragmatismo al nivel de lo señalado
por Gandhi, quien consideraba que nuestra
recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Con este
planteamiento parece que la única guía es la esforzada razón, suponiendo la
fantasía un mero acompañante. Sin embargo, siendo algo autocrítico, también
diré que bienvenidas sean las recompensas que vienen sin esfuerzo, ya que
también producen felicidad, aunque estoy seguro que mucha menos felicidad que
aquellas para las que hemos luchado e invertido mucho de nosotros… Pero esa es otra historia y debe ser contada
en otra ocasión.
Lectura
recomendada
Ende, M. (1979). La historia interminable. Madrid: Alfaguara.
|
lunes, 16 de enero de 2017
Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario