Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
Piensa que si
vives alegre, rico eres. Aunque pudiera parecer que se promueve un
libertinaje hedonista, en realidad aludo
al optimismo junto con la necesidad de aprovechar el tiempo, siendo el
último algo abordado en la obra recomendada y, como ahí se plantea, lo más efímero de la existencia. Aunque
pueda haber elementos semejantes, nunca volveremos a vivir un momento ya
vivido, jamás sentiremos de la misma manera que hemos sentido, nunca nos
comportaremos conforme a lo que hemos hecho otra vez e imposible es volver a
bañarnos en el mar con el mismo agua, afirmación que se apoya en la paradoja
de Heráclito (inspirador de los estoicos). Permitidme pues situar al optimismo como
adalid impersonal de nuestra forma de posicionarnos o gurú de nuestros valores.
Son tantos y profundos los aspectos mencionados
previamente que conviene matizarlos. La maravillosa cualidad optimista, la
esclavizante ambición existencial por
el tiempo y, por qué no decirlo, una recomendación defensora del optimismo
que no ha de soslayar ni ningunear el realismo ante el fracaso pero mucho
menos la convicción de la jerarquía de aguardar lo mejor y lo más positivo de
todo en nuestra consecución de los fines verdaderos, aquellos que nos hacen
realmente felices. Por cierto, también quiero recordar otros constructos y/o
valores ya abordados en otras reflexiones como son la suerte (buscada) y el
innegociable esfuerzo, necesarios acompañantes del optimismo.
Un optimisma vislumbra un vaso medio lleno (si interesa) por su predisposición a
entender y analizar la realidad desde su aspecto más positivo. Supongo que
piensa lo innecesario de ver vacío cuando aún queda algo en que apoyarse o a
lo que agarrarse.
En Momo se presenta a una niña con una cualidad
envidiable para el ser humano, la de saber escuchar. Participa en lo que atañe a los
demás y, sobre todo, con un reluciente optimismo que facilita el
aprovechamiento del tiempo, ese tiempo del que es imposible escapar, un bien
preciado de compleja gestión. El enemigo de nuestra protagonista es el
pesimismo representado por los hombres grises que quieren apoderarse del
tiempo de la humanidad. Sin embargo, hay que tener cuidado con el optimismo
ilusorio, hemos de cimentar nuestra ilusión a partir de una urdimbre
representada por el esfuerzo y engalanada por la trama de la suerte buscada.
Si no es así, viviremos en una fantasía que nos hará intolerantes a la
frustración y carentes de un mínimo de estoicismo, con la consiguiente
inadaptación.
El optimismo como valor guiará nuestro crecimiento
personal, facilitará un mejor ánimo y, cómo no, optimizará nuestras
posibilidades de éxito en cualquier empresa, por ardua y compleja que
parezca. Pero, cuál es el secreto para alcanzar un optimismo no ingénuo y con
un toque estoico. Pienso que no es tan difícil llegar si nos mostramos genuinos y auténticos, sencillos pero no simples y
orientados a recibir posibles ayudas, cuidándonos de la impulsiva
imprudencia, enfatizando en la solución a las dificultades y alejando la
queja investida de penurias y oscuridad pero, sobre todo, buscando siempre la
solución a los problemas que, no debemos olvidar, implica ver a medio llenar el vaso; ya que si
la percepción es de vacío (aunque sea a medias) creeremos que no hay solución
a los inconvenientes. ¡Ah! No hay que olvidar a Momo, quien ayudaba a los
demás simplemente por el mero hecho de reconocerlos (a ellos y sus posibilidades)
reconociendo el momento idóneo en que alentar a los otros, siquiera con su
escucha. Esta niña sabía y nos
enseñaba a aprovechar el tiempo.
Quizá el pragmatismo estoico supone distinguir entre lo que depende de
nosotros y lo que no supone una severa amenaza para nuestro optimismo.
Peor aún, puede implicar el pensar que existe
una inevitable finalidad en lo que sucede que impide cualquier otro rumbo.
Negúemonos a esto. Como buen optimista os diré que frente al mundo de las
sombras siempre está la luminosidad del Sol, estrella que difícilmente
veremos apagarse. Decía Isabel Allende, memoria
selectiva para recordar lo bueno, prudencia lógica para no arruinar el
presente, y optimismo desafiante para encarar el futuro. Cómo me voy a atrever
a llevar la contraria ante tan sabia reflexión. En ausencia de esperanza
perdemos la confianza e imposible es ser valiente eludiendo una visión
optimista de la realidad. Y es que ante la etimología del pesimismo (del
latín pessimum -lo peor-) sólo me
surge decir virgencita, virgencita, que
me quede como estoy ya que el optimismo y la risa son fuentes de vida o,
para no ser exagerado, elongan nuestro tiempo. Total, una actitud positiva y
la consecuente felicidad asociada suponen un buen marcador de salud. Comencé
con lo de vivir alegre como símbolo de riqueza personal. Así pues, por probar nada se pierde y quien no
arriesga no gana; el que la sigue,
la consigue y, aún más, el que
busca, encuentra. Ahora bien, no está de más recordar que no hay mal que por bien no venga.
Aprópiate de estas palabras y un incontenible optimismo motivador hará que
los fallos sean aprendizajes para llegar al éxito.
Lectura
recomendada
Ende, M. (1973, ed. 2007). Momo. Madrid: Alfaguara.
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lunes, 23 de enero de 2017
Buscando la luz y huyendo de las sombras
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