Sin duda, son muchos los factores que
pueden contribuir a que tengamos una mejor relación de pareja, pero, sobre
todos ellos, destaca uno fundamental: la aceptación.
La aceptación del otro es quizá el factor
más importante en cualquier relación íntima, como lo es una pareja, pero no es
nada fácil de conseguir. Poder llegar a
aceptar a la pareja que hemos elegido, con sus diferencias y singularidades, es
un proceso costoso y que conlleva un gran trabajo personal. Todos valoramos el
mundo desde nuestra propia perspectiva y, en mayor o menor grado, nos cuesta
acercarnos a la visión que otro tiene de las cosas. Por otra parte, aceptar al otro miembro de la
pareja supone rechazar al control al que nos sentimos tentados al entrar en una
relación de pareja. Tener la ilusión de saber lo que el otro piensa y siente en
otro momento nos hace sentir más seguros, cuando en realidad le estamos negando
su propia identidad, relacionándonos con la imagen del otro que deseamos. Por tanto, la aceptación implica dejar lugar a
cierta incertidumbre, la de no conocer todos los deseos del otro y de poder
convivir con esta sensación, sabiendo que esto implica amar verdaderamente.
Poder aceptar al otro no implica renunciar
a nuestra identidad o fusionarnos con nuestra pareja, sino buscar
constantemente un punto de encuentro entre las ilusiones y proyectos de cada
uno, algo que, como si de un baile se tratara, se hace poco a poco. Al fin y al
cabo, la felicidad de un miembro de la pareja dependerá en gran medida de que
el otro también viva la relación con el mismo entusiasmo. Se plantea también el
reto de tolerar la ambivalencia hacia la pareja, ya que, como no puede ser de
otro modo, las relaciones están formadas por momentos negativos y positivos. El
objetivo será ser capaz de sostener y relacionarnos con una imagen del otro
global, con aspectos positivos y negativos. Cuando esto no ocurre vemos
relaciones de pareja que constantemente están discutiendo, se reconcilian para
después volver a discutir, como si estuvieran en una montaña rusa pasando de un
extremo al otro.
En última instancia, poder aceptar al otro
nos devuelve nuestras propios miedos e inseguridades y por ello, el funcionar
bien en una relación depende con frecuencia de nuestra capacidad de
relacionarnos con nosotros mismos.
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