Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
Una
ficción realista fruto de las
experiencia acumuladas puede ayudar en la comprensión de las dificultades que
acompañan a esta enfermedad. Resulta necesario profundizar en los mecanismos
que hacen que la monotonía, apatía, abulia (falta de motivación), anhedonia (incapacidad
para experimentar placer) sean constantes en personas que pueden tender al
aislamiento social (muchas veces en el mejor de los casos) o incluso, aunque no
necesariamente, enfrentarse a otros o, de forma más concreta, contra “lo que” o
“quien” les hace sentir amenazados.
Supongamos
la historia de Pedro que comienza hace 38 años cuando nace en un hospital
madrileño ante la falta de hospitales en la localidad donde viven su padres y
que está situada en una zona periférica de Madrid. La historia del porqué de
vivir ahí tiene que ver con la de otros tantos españoles en los años 60 y 70
quienes, ante la falta de productividad del campo español, acudían a las
cercanías de los grandes núcleos urbanos en busca de una oportunidad laboral. El
padre de Pedro ha trabajado en múltiples oficios, siendo su última
profesión reconocida, antes de la jubilación, la de electricista. Su madre es
un ama de casa que siempre se ha
volcado en la educación de sus hijos, viviendo por y para ellos.
Los
padres de Pedro se llaman Luis y Lucía, teniendo como
descendencia a Natalia (41 años), Carmen (39 años) y el propio Pedro.
La jubilación de Luis supuso un punto de
inflexión en la dinámica familiar, ya que se encontró en un entorno
relativamente desconocido para él, su hogar. Hasta la fecha, su vida había
transcurrido entre el trabajo y unos pasajeros fines de semana en los que
apenas lograba recuperarse del cansancio acumulado entre semana y que, según
iban transcurriendo los años, mermaban su
interés por el disfrute e incluso anulaban su vocación de educar y
responsabilizarse del cuidado de sus hijos. En el polo opuesto ha estado Lucía,
quien ante el desapego de Luis, condicionó su existencia a cubrir la función
de los dos progenitores, implicándose sobremanera en la educación de Natalia,
Carmen
y, por supuesto, el deseado Pedro. Y es que Pedro llegó a convertirse en un objetivo
fundamental para esta familia de inmigrantes andaluces llegados a la
Comunidad de Madrid para la búsqueda de un futuro mejor. Luis deseaba tener un
descendiente varón y, Lucía, por su recuerdo de un hermano
muerto cuando ella aún era una adolescente, soñaba con la posibilidad de poder
dar el nombre de éste a un hijo suyo. Así, tras el nacimiento de Natalia
y Carmen,
la llegada de Pedro supuso uno de los pocos momentos de verdadera
alegría en esta familia.
Tras
el nacimiento, y con el paso del tiempo, Pedro comenzó su andadura escolar.
Quizá en su recuerdo estaban esos momentos iniciales en “parvulitos”, primer momento de contacto real con un medio escolar
en las personas de su generación y que, en gran medida, suponía una toma de contacto con el sistema de normas y
exigencias sociales. Su relación con otros niños era la normal en esta
etapa vital, es decir, mostraba una comportamiento que aparentemente
consideraba que todo lo interesante (incluso lo que no lo era) que le rodeaba
era de su propiedad y/o merecía ser suyo, mostrando un inusitado egoísmo
reconocible para quienes tienen hijos y que provoca una sonrisa en sus labios.
Por
lo demás, el paso por la Educación
General Básica (EGB) no fue demasiado tortuoso en sus primeras fases, sino
más bien lo contrario. Pedro gustaba de jugar al fútbol y tenía un buen grupo de amigos con los que
practicaba su deporte preferido durante horas y horas, aún a expensas de
saltarse alguna actividad extraescolar a las que era apuntado por su madre, no
sin cierta resistencia por su parte.
Sin
embargo, cuando cursaba sexto de la EGB,
Pedro comenzó a relacionarse con los compañeros más conflictivos de la clase.
En realidad, quizá el motivo de su vinculación a estos es que Pedro
comenzó a tener dificultades escolares
que derivaron en no obtener unas buenas calificaciones académicas y que, por
desgracia, supusieron que un grupo de compañeros y hasta entonces amigos, se
rieran de él a través de poner el mote de “Tontete”. Pedro
pudo verse arrinconado y, lo que hasta entonces había sido un desarrollo
normal, se convirtió en la vivencia por su parte de la necesidad de ser respetado, querido y aceptado. En su mente de
apenas 10 años, encontró la aparente solución más fácil. No fue otra que vincularse a los niños más problemáticos de
la clase y que obtenían un rendimiento académico similar al suyo. Por
añadidura, cuando los malos resultados académicos fueron una realidad de cara a
sus padres, la reacción de los mismos fue dispar. Lucía montó en cólera señalando que no iba a
consentir esto, a la par que mostraba un disgusto y dolor inmenso y,
asimismo, tendía a proteger a su hijo de los comentarios del padre quien, en las contadas ocasiones en
que hacía referencia a la situación de Pedro lo calificaba de “inútil y
vago”, indicando que su futuro estaba
en ser barrendero porque “él nunca
mantendría a vagos”. Los problemas de este niño se amplificaban al ver como
sus hermanas no sólo avanzaban cursos aprobando, sino que tenían un fantástico
rendimiento académico y un círculo de amistades aparentemente mucho más
recomendable que el del propio Pedro.
Con
todo, la vida de Pedro fue entrando en una espiral en la que cualquier circunstancia suponía un paso
atrás en su proceso evolutivo, derivando en una involución que difícilmente
era compatible con un desarrollo psíquico adecuado y sí más bien anticipaba
unas consecuencias negativas en su camino vital.
Fue
a los 13 años cuando comenzó su contacto
con el alcohol. Lo cierto es que sentía curiosidad por la bebida y, más
concretamente, por la cerveza. En su vida no había sido extraño este producto,
ya que su padre, aunque fuera esporádicamente, había protagonizado algún
episodio violento en el hogar a raíz de haberse emborrachado. Dada la poca asignación
económica que percibían tanto él como sus poco recomendables amigos, tenían
como lugar de suministro una pequeña tienda de ultramarinos del barrio de uno
de ellos, donde nadie les hacía preguntas acerca de su edad y sólo preocupaba
la pequeña ganancia económica que reportaba la venta de esta bebida, que para
todos no sabía igual si no estaba acompañada de unos buenos cigarrillos del
tabaco que estuviera a menor precio. Al
poco tiempo de estas primeras borracheras, comenzó su contacto con las drogas,
si bien no fue hasta los 15 años cuando
consolidó un abuso regular de cannabis, droga que consumía prácticamente a
diario en forma de uno o dos porros y que los fines de semana era prácticamente
devorada. Además, la cerveza dejó de ser el elemento central de sus
borracheras y fueron las copas de whisky
con coca-cola, las que dominaron sus ratos de ocio y determinaron sus
posibilidades de relación con sus iguales. En su recuerdo, estaba la necesidad de tomarse no menos de cuatro o
cinco copas sumadas a dos o tres porros para alcanzar un estado que le
permitiese divertirse. Este consumo
de alcohol y cannabis se mantuvo hasta los 22 años, aunque tuvo un punto álgido previo que fue a la edad de 18
años, justo cuando tuvo que realizar
el Servicio Militar obligatorio. En esos momentos, el perfil académico de Pedro
se caracterizaba por un mal rendimiento
que había derivado en que apenas lograse la Educación General Básica y
repitiese dos cursos de Formación Profesional (en la rama de electricidad).
Por lo demás, seguía relacionándose con personas consideradas como conflictivas
y sus relaciones con la familia se caracterizaban por fuertes discusiones así
como un desapego cada vez mayor.
El
obligado cumplimiento del Servicio Militar condujo a Pedro a una situación
estresante en sí misma. Por primera vez, tenía
que abandonar su hogar e irse a otra ciudad. Para colmo de males, se tuvo que ir a la zona de Algeciras donde,
por desgracia, poco tardó en descubrir que el menudeo de cannabis y otras
sustancias era algo habitual. No fue difícil que, bien sea por su bagaje
previo, bien por su falta de asertividad, bien por su curiosidad…, comenzase el
contacto con otras drogas; tomando un
lugar preponderante la cocaína, que
prontamente desplazó al cannabis y se convirtió, junto al alcohol, en algo
habitual en su día a día. Para Pedro, lo peor de la cocaína es que
era muy cara y esto le llevó a la pronta necesidad
de comerciar/trapichear (aunque fuese a pequeña escala) con ella. Este
comercio derivó en una mayor disponibilidad de la droga y, análogamente, un
mayor consumo, que llegó a ser de dos
gramos diarios durante los meses previos a la aparición de los primeros
síntomas que definieron su diagnóstico de esquizofrenia.
Justo
antes de cumplir los 18 años, Pedro acudió a una fiesta de
cumpleaños y, a modo de ritual, ya había
esnifado sus dos gramos habituales de rayas de cocaína amén de haberse tomado
sus no menos habituales 5 copas. Sin embargo, esa noche su mente fue
invadida por unos pensamientos que no había tenido hasta la fecha (aunque
últimamente sus amigos notaban inquietud en él). De forma inesperada, cuando
estaba intentando ligar con una
chica, sintió que ella se estaba burlando
de él. Lo cierto es que, más allá de que ella no le hiciera demasiado caso,
no había ocurrido nada anómalo. Aun
así, cuando se alejaba de ella y aunque ésta daba la espalda, seguía sintiendo que se reía de él. Un escalofrío de angustia recorrió su cuerpo
cuando escuchó, aparentemente de viva voz de esta chica (pese a que no estaba
en su campo visual), un insulto que penetró en su cerebro y pasó rápido de generar miedo a provocar un intenso
sentimiento de ira hacia quien él vivía había sido la responsable. Ante
esta situación, Pedro pensó que lo mejor era cortar por lo sano y, en medio de la fiesta, gritó y amenazó a la joven quien apenas se dio cuenta de la
reacción que se había generado.
Aunque
sorprendidos, sus amigos lograron
detenerle y le acompañaron al piso que compartían. Sin embargo, esa noche
fue muy difícil para Pedro, ya que no lograba alejar de su mente la aparente cara de rechazo de la chica
de la fiesta y, mucho menos aún, la sensación
de haber sido y seguir siendo objeto de sus burlas. Al día siguiente, al
levantarse, comenzó a pensar que quizá
todo el mundo que le rodeaba estaba en su contra y se estaban riendo de él, por lo que fue aislándose
progresivamente hasta que un día tuvieron
que forzar la puerta de su habitación porque llevaba tres días sin salir de
allí. Al entrar, sus compañeros de piso comprobaron extrañados como Pedro
se había abandonado en el sentido de no
asearse, tener la habitación llena de desperdicios y, por su rostro, evidenciar
falta de sueño. Además, justo
instantes después de entrar en la habitación Pedro se levantó en tono amenazante e hizo ademán de
agredir a uno de los que supuestamente habían sido sus amigos. Esto derivó
en un primer ingreso en la planta de
agudos de psiquiatría del hospital más cercano y, casi de forma inmediata,
la suspensión del cumplimiento del
servicio militar.
Continuará…