lunes, 27 de marzo de 2017

Cuando la Mente Sufre: Viviendo la Esquizofrenia (parte IIa)

Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe




Una ficción realista fruto de las experiencia acumuladas puede ayudar en la comprensión de las dificultades que acompañan a esta enfermedad. Resulta necesario profundizar en los mecanismos que hacen que la monotonía, apatía, abulia (falta de motivación), anhedonia (incapacidad para experimentar placer) sean constantes en personas que pueden tender al aislamiento social (muchas veces en el mejor de los casos) o incluso, aunque no necesariamente, enfrentarse a otros o, de forma más concreta, contra “lo que” o “quien” les hace sentir amenazados.

Supongamos la historia de Pedro que comienza hace 38 años cuando nace en un hospital madrileño ante la falta de hospitales en la localidad donde viven su padres y que está situada en una zona periférica de Madrid. La historia del porqué de vivir ahí tiene que ver con la de otros tantos españoles en los años 60 y 70 quienes, ante la falta de productividad del campo español, acudían a las cercanías de los grandes núcleos urbanos en busca de una oportunidad laboral. El padre de Pedro ha trabajado en múltiples oficios, siendo su última profesión reconocida, antes de la jubilación, la de electricista. Su madre es un ama de casa que siempre se ha volcado en la educación de sus hijos, viviendo por y para ellos.

Los padres de Pedro se llaman Luis y Lucía, teniendo como descendencia a Natalia (41 años), Carmen (39 años) y el propio Pedro. La jubilación de Luis supuso un punto de inflexión en la dinámica familiar, ya que se encontró en un entorno relativamente desconocido para él, su hogar. Hasta la fecha, su vida había transcurrido entre el trabajo y unos pasajeros fines de semana en los que apenas lograba recuperarse del cansancio acumulado entre semana y que, según iban transcurriendo los años, mermaban su interés por el disfrute e incluso anulaban su vocación de educar y responsabilizarse del cuidado de sus hijos. En el polo opuesto ha estado Lucía, quien ante el desapego de Luis, condicionó su existencia a cubrir la función de los dos progenitores, implicándose sobremanera en la educación de Natalia, Carmen y, por supuesto, el deseado Pedro. Y es que Pedro llegó a convertirse en un objetivo fundamental para esta familia de inmigrantes andaluces llegados a la Comunidad de Madrid para la búsqueda de un futuro mejor. Luis deseaba tener un descendiente varón y, Lucía, por su recuerdo de un hermano muerto cuando ella aún era una adolescente, soñaba con la posibilidad de poder dar el nombre de éste a un hijo suyo. Así, tras el nacimiento de Natalia y Carmen, la llegada de Pedro supuso uno de los pocos momentos de verdadera alegría en esta familia.

Tras el nacimiento, y con el paso del tiempo, Pedro comenzó su andadura escolar. Quizá en su recuerdo estaban esos momentos iniciales en “parvulitos”, primer momento de contacto real con un medio escolar en las personas de su generación y que, en gran medida, suponía una toma de contacto con el sistema de normas y exigencias sociales. Su relación con otros niños era la normal en esta etapa vital, es decir, mostraba una comportamiento que aparentemente consideraba que todo lo interesante (incluso lo que no lo era) que le rodeaba era de su propiedad y/o merecía ser suyo, mostrando un inusitado egoísmo reconocible para quienes tienen hijos y que provoca una sonrisa en sus labios.

Por lo demás, el paso por la Educación General Básica (EGB) no fue demasiado tortuoso en sus primeras fases, sino más bien lo contrario. Pedro gustaba de jugar al fútbol y tenía un buen grupo de amigos con los que practicaba su deporte preferido durante horas y horas, aún a expensas de saltarse alguna actividad extraescolar a las que era apuntado por su madre, no sin cierta resistencia por su parte.

Sin embargo, cuando cursaba sexto de la EGB, Pedro comenzó a relacionarse con los compañeros más conflictivos de la clase. En realidad, quizá el motivo de su vinculación a estos es que Pedro comenzó a tener dificultades escolares que derivaron en no obtener unas buenas calificaciones académicas y que, por desgracia, supusieron que un grupo de compañeros y hasta entonces amigos, se rieran de él a través de poner el mote deTontete”. Pedro pudo verse arrinconado y, lo que hasta entonces había sido un desarrollo normal, se convirtió en la vivencia por su parte de la necesidad de ser respetado, querido y aceptado. En su mente de apenas 10 años, encontró la aparente solución más fácil. No fue otra que vincularse a los niños más problemáticos de la clase y que obtenían un rendimiento académico similar al suyo. Por añadidura, cuando los malos resultados académicos fueron una realidad de cara a sus padres, la reacción de los mismos fue dispar. Lucía montó en cólera señalando que no iba a consentir esto, a la par que mostraba un disgusto y dolor inmenso y, asimismo, tendía a proteger a su hijo de los comentarios del padre quien, en las contadas ocasiones en que hacía referencia a la situación de Pedro lo calificaba deinútil y vago”, indicando que su futuro estaba en ser barrendero porque él nunca mantendría a vagos”. Los problemas de este niño se amplificaban al ver como sus hermanas no sólo avanzaban cursos aprobando, sino que tenían un fantástico rendimiento académico y un círculo de amistades aparentemente mucho más recomendable que el del propio Pedro.

Con todo, la vida de Pedro fue entrando en una espiral en la que cualquier circunstancia suponía un paso atrás en su proceso evolutivo, derivando en una involución que difícilmente era compatible con un desarrollo psíquico adecuado y sí más bien anticipaba unas consecuencias negativas en su camino vital.

Fue a los 13 años cuando comenzó su contacto con el alcohol. Lo cierto es que sentía curiosidad por la bebida y, más concretamente, por la cerveza. En su vida no había sido extraño este producto, ya que su padre, aunque fuera esporádicamente, había protagonizado algún episodio violento en el hogar a raíz de haberse emborrachado. Dada la poca asignación económica que percibían tanto él como sus poco recomendables amigos, tenían como lugar de suministro una pequeña tienda de ultramarinos del barrio de uno de ellos, donde nadie les hacía preguntas acerca de su edad y sólo preocupaba la pequeña ganancia económica que reportaba la venta de esta bebida, que para todos no sabía igual si no estaba acompañada de unos buenos cigarrillos del tabaco que estuviera a menor precio. Al poco tiempo de estas primeras borracheras, comenzó su contacto con las drogas, si bien no fue hasta los 15 años cuando consolidó un abuso regular de cannabis, droga que consumía prácticamente a diario en forma de uno o dos porros y que los fines de semana era prácticamente devorada. Además, la cerveza dejó de ser el elemento central de sus borracheras y fueron las copas de whisky con coca-cola, las que dominaron sus ratos de ocio y determinaron sus posibilidades de relación con sus iguales. En su recuerdo, estaba la necesidad de tomarse no menos de cuatro o cinco copas sumadas a dos o tres porros para alcanzar un estado que le permitiese divertirse. Este consumo de alcohol y cannabis se mantuvo hasta los 22 años, aunque tuvo un punto álgido previo que fue a la edad de 18 años, justo cuando tuvo que realizar el Servicio Militar obligatorio. En esos momentos, el perfil académico de Pedro se caracterizaba por un mal rendimiento que había derivado en que apenas lograse la Educación General Básica y repitiese dos cursos de Formación Profesional (en la rama de electricidad). Por lo demás, seguía relacionándose con personas consideradas como conflictivas y sus relaciones con la familia se caracterizaban por fuertes discusiones así como un desapego cada vez mayor.

El obligado cumplimiento del Servicio Militar condujo a Pedro a una situación estresante en sí misma. Por primera vez, tenía que abandonar su hogar e irse a otra ciudad. Para colmo de males, se tuvo que ir a la zona de Algeciras donde, por desgracia, poco tardó en descubrir que el menudeo de cannabis y otras sustancias era algo habitual. No fue difícil que, bien sea por su bagaje previo, bien por su falta de asertividad, bien por su curiosidad…, comenzase el contacto con otras drogas; tomando un lugar preponderante la cocaína, que prontamente desplazó al cannabis y se convirtió, junto al alcohol, en algo habitual en su día a día. Para Pedro, lo peor de la cocaína es que era muy cara y esto le llevó a la pronta necesidad de comerciar/trapichear (aunque fuese a pequeña escala) con ella. Este comercio derivó en una mayor disponibilidad de la droga y, análogamente, un mayor consumo, que llegó a ser de dos gramos diarios durante los meses previos a la aparición de los primeros síntomas que definieron su diagnóstico de esquizofrenia.

Justo antes de cumplir los 18 años, Pedro acudió a una fiesta de cumpleaños y, a modo de ritual, ya había esnifado sus dos gramos habituales de rayas de cocaína amén de haberse tomado sus no menos habituales 5 copas. Sin embargo, esa noche su mente fue invadida por unos pensamientos que no había tenido hasta la fecha (aunque últimamente sus amigos notaban inquietud en él). De forma inesperada, cuando estaba intentando ligar con una chica, sintió que ella se estaba burlando de él. Lo cierto es que, más allá de que ella no le hiciera demasiado caso, no había ocurrido nada anómalo. Aun así, cuando se alejaba de ella y aunque ésta daba la espalda, seguía sintiendo que se reía de él. Un escalofrío de angustia recorrió su cuerpo cuando escuchó, aparentemente de viva voz de esta chica (pese a que no estaba en su campo visual), un insulto que penetró en su cerebro y pasó rápido de generar miedo a provocar un intenso sentimiento de ira hacia quien él vivía había sido la responsable. Ante esta situación, Pedro pensó que lo mejor era cortar por lo sano y, en medio de la fiesta, gritó y amenazó a la joven quien apenas se dio cuenta de la reacción que se había generado.

Aunque sorprendidos, sus amigos lograron detenerle y le acompañaron al piso que compartían. Sin embargo, esa noche fue muy difícil para Pedro, ya que no lograba alejar de su mente la aparente cara de rechazo de la chica de la fiesta y, mucho menos aún, la sensación de haber sido y seguir siendo objeto de sus burlas. Al día siguiente, al levantarse, comenzó a pensar que quizá todo el mundo que le rodeaba estaba en su contra y se estaban riendo de él, por lo que fue aislándose progresivamente hasta que un día tuvieron que forzar la puerta de su habitación porque llevaba tres días sin salir de allí. Al entrar, sus compañeros de piso comprobaron extrañados como Pedro se había abandonado en el sentido de no asearse, tener la habitación llena de desperdicios y, por su rostro, evidenciar falta de sueño. Además, justo instantes después de entrar en la habitación Pedro se levantó en tono amenazante e hizo ademán de agredir a uno de los que supuestamente habían sido sus amigos. Esto derivó en un primer ingreso en la planta de agudos de psiquiatría del hospital más cercano y, casi de forma inmediata, la suspensión del cumplimiento del servicio militar.

Continuará






No hay comentarios:

Publicar un comentario