lunes, 13 de marzo de 2017

Organicidad, Psicopatía y Enfermedad Mental: ¿Padece el Psicópata un Trastorno Mental?


Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe

La Organización Mundial de la Salud define la enfermedad como una alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y unos signos característicos, siendo su evolución más o menos previsible.  De la misma forma, las enfermedades mentales se refieren a un conjunto misceláneo de trastornos (derivados de la interacción de factores biopsicosociales) en los que habría alteraciones en los procesos de razonamiento, comportamiento, facultad de reconocer la realidad, las emociones o las relaciones con los demás, siendo consideradas como anormales respecto al grupo de referencia del individuo.

Partiendo  de la no inclusión de la psicopatía en las clasificaciones internacionales de las enfermedades mentales, cabe señalar que el concepto sí ha sido claramente delimitado. Desde que Cleckley  definiese en The Mask of Sanity al psicópata como alguien con un encanto superficial, egocentrismo, falta de escrúpulos, ausencia de remordimientos, incapacidad para amar o con ausencia de manifestaciones neuróticas o psicóticas hasta la definición operativa del concepto por Hare (1980), con la distinción de dos grandes factores en la psicopatía, uno relacionado con componentes interpersonales o afectivos del trastorno (rasgos narcisistas e histriónicos) y otro con la desviación social (impulsividad y conductas antisociales); ha habido un gran número de investigaciones acerca de las diferentes alteraciones cerebrales, cognitivas y emocionales en psicópatas.

Las técnicas de neuroimagen orientan hacia una afectación del lóbulo frontal y de la amígdala en el contexto de un volumen reducido de la corteza prefrontal y cambios en componentes del sistema límbico involucrados en el procesamiento emocional. Otro aspecto observado es el de ciertas anormalidades de la actividad eléctrica cerebral relacionada con la corteza frontal (por ejemplo el potencial evocado P300 vinculado con el procesamiento de la información). Los correlatos bioquímicos de la psicopatía apuntan a la correlación positiva entre altos niveles de testosterona y la manifestación de conductas violentas y/o impulsivas así como una disminución de la actividad de la monoamino-oxidasa, lo que daría lugar a altos niveles de serotonina y norepinefrina. Por añadidura, los psicópatas muestran manifestaciones autonómicas típicas como una disminución de la respuesta electrodérmica (p. e.: ante la exposición de imágenes violentas) y, en líneas generales, un bajo arousal.
Por otro lado, y desde un punto de vista cognitivo, estas alteraciones cerebrales se relacionan con una afectación en la capacidad para el procesamiento afectivo de la información y déficit en las funciones ejecutivas y atención dividida. El procesamiento emocional anormal de los psicópatas se muestra de diversas formas. Habría un pobre condicionamiento relacionado con la incapacidad para apreciar las consecuencias dañinas de sus actos, una desviación emocional que protegería a los psicópatas del miedo de sentir empatía, culpa y remordimientos,  conductas que podrían inhibir impulsos violentos y una deficiencia emocional asociada al previamente comentado arousal disminuido.

A la vista de estos datos, y adoptando un enfoque meramente médico-organicista, parece obvio que, cuanto menos, habrían de generarse dudas acerca de si verdaderamente la psicopatía es una enfermedad mental. Para más inri, la etimología del término psicopatía tiene que ver con enfermedad de la mente.

El argumento de los detractores de la consideración de la psicopatía como enfermedad mental es que no hay una pérdida de contacto con la realidad o no hay, en definitiva, el conjunto de síntomas característicos de los cuadros psicóticos. Apriorísticamente, los psicópatas son plenamente conscientes de sus acciones y del porqué de las mismas. Poco interesa aquí el debate de qué es antes, si el huevo o la gallina, es decir, si su cerebro genera un patrón de reacciones neurofisiológicas y/o cambios funcionales (incluso estructurales) o es la inversa y, por tanto, parten de anomalías que condicionan sus diferencias en el procesamiento emocional.

Por el contrario, hay defensores de la psicopatía como una enfermedad en tanto en cuanto aparecen las alteraciones referidas. Incluso se han dado sentencias en los Estados Unidos en las que psicópatas homicidas eluden el corredor de la muerte siempre que se demuestre alteración cerebral mediante valoración neurofuncional/neuropsicológica.

Volviendo al inicio de este artículo, sí parece obvio que conocemos alteraciones y desviaciones fisiológicas en los psicópatas y que, en función de las mismas, podemos predecir ciertas reacciones comportamentales en estas personas. También nos encontramos con una percepción real de la realidad pero modulada por sus alteraciones en el procesamiento de las emociones propias y las de los demás, amén de un razonamiento mediatizado por todos sus déficits de empatía y tendencia a la búsqueda de sus objetivos. Lo que sí es obvio, es que la ínfima eficacia de los procesos terapéuticos para este tipo de personalidades unida a las graves problemáticas que pueden acarrear las psicopatías con expresiones comportamentales violentas, orientan a un abordaje de esta conducta (si es delicitiva) como criminal y no como enfermedad mental.

¿Qué piensas de la psicopatía? ¿Consideras su abordaje como patología mental?


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