Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
La Organización Mundial de la Salud
define la enfermedad como una alteración
o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por
causas en general conocidas, manifestada por síntomas y unos signos
característicos, siendo su evolución más o menos previsible. De la misma forma, las enfermedades mentales se refieren a un conjunto misceláneo de
trastornos (derivados de la interacción de factores biopsicosociales) en los
que habría alteraciones en los procesos de razonamiento, comportamiento,
facultad de reconocer la realidad, las emociones o las relaciones con los
demás, siendo consideradas como anormales respecto al grupo de referencia del
individuo.
Partiendo de la no inclusión de la psicopatía en las
clasificaciones internacionales de las enfermedades mentales, cabe señalar
que el concepto sí ha sido claramente delimitado. Desde que Cleckley definiese en The Mask of Sanity al psicópata como alguien con un encanto
superficial, egocentrismo, falta de escrúpulos, ausencia de remordimientos, incapacidad
para amar o con ausencia de manifestaciones neuróticas o psicóticas hasta la
definición operativa del concepto por Hare (1980), con la distinción de dos
grandes factores en la psicopatía, uno relacionado con componentes
interpersonales o afectivos del trastorno (rasgos narcisistas e histriónicos)
y otro con la desviación social (impulsividad y conductas antisociales); ha
habido un gran número de investigaciones acerca de las diferentes
alteraciones cerebrales, cognitivas y emocionales en psicópatas.
Las técnicas de neuroimagen orientan hacia una afectación del lóbulo frontal y
de la amígdala en el contexto de un volumen
reducido de la corteza prefrontal y cambios
en componentes del sistema límbico involucrados en el procesamiento emocional.
Otro aspecto observado es el de ciertas anormalidades
de la actividad eléctrica cerebral relacionada con la corteza frontal
(por ejemplo el potencial evocado P300 vinculado
con el procesamiento de la información). Los correlatos bioquímicos de la
psicopatía apuntan a la correlación
positiva entre altos niveles de testosterona y la manifestación de conductas
violentas y/o impulsivas así como una disminución
de la actividad de la monoamino-oxidasa, lo que daría lugar a altos niveles de serotonina y
norepinefrina. Por añadidura, los psicópatas muestran manifestaciones autonómicas típicas
como una disminución de la respuesta
electrodérmica (p. e.: ante la exposición de imágenes violentas) y, en
líneas generales, un bajo arousal.
Por otro lado, y desde un punto de vista
cognitivo, estas alteraciones cerebrales se relacionan con una afectación en la capacidad para el
procesamiento afectivo de la información y déficit en las funciones ejecutivas y atención dividida. El
procesamiento emocional anormal de los psicópatas se muestra de diversas
formas. Habría un pobre
condicionamiento relacionado con la incapacidad para apreciar las
consecuencias dañinas de sus actos, una
desviación emocional que protegería a los psicópatas del miedo de sentir
empatía, culpa y remordimientos, conductas que podrían inhibir impulsos
violentos y una deficiencia emocional
asociada al previamente comentado arousal disminuido.
A la vista de estos datos, y adoptando
un enfoque meramente médico-organicista, parece obvio que, cuanto menos, habrían
de generarse dudas acerca de si verdaderamente la psicopatía es una enfermedad
mental. Para más inri, la etimología
del término psicopatía tiene que ver con enfermedad
de la mente.
El argumento de los detractores de la
consideración de la psicopatía como enfermedad mental es que no hay una pérdida de contacto con la
realidad o no hay, en definitiva, el conjunto de síntomas característicos
de los cuadros psicóticos. Apriorísticamente, los psicópatas son plenamente conscientes de sus acciones y del
porqué de las mismas. Poco interesa aquí el debate de qué es antes, si el huevo o la gallina, es decir, si
su cerebro genera un patrón de reacciones neurofisiológicas y/o cambios
funcionales (incluso estructurales) o es la inversa y, por tanto, parten de
anomalías que condicionan sus diferencias en el procesamiento emocional.
Por el contrario, hay defensores de la psicopatía como una enfermedad en tanto en
cuanto aparecen las alteraciones referidas. Incluso se han dado
sentencias en los Estados Unidos en las que psicópatas homicidas eluden el corredor de la muerte siempre que se
demuestre alteración cerebral mediante valoración
neurofuncional/neuropsicológica.
Volviendo al inicio de este artículo, sí
parece obvio que conocemos alteraciones
y desviaciones fisiológicas en los psicópatas y que, en función de las
mismas, podemos predecir ciertas
reacciones comportamentales en estas personas. También nos encontramos
con una percepción real de la realidad
pero modulada por sus alteraciones en el procesamiento de las emociones
propias y las de los demás, amén de un razonamiento mediatizado por todos sus déficits de empatía y
tendencia a la búsqueda de sus objetivos. Lo que sí es obvio, es que la ínfima eficacia de los procesos
terapéuticos para este tipo de personalidades unida a las graves
problemáticas que pueden acarrear las psicopatías con expresiones
comportamentales violentas, orientan a un abordaje de esta conducta (si es
delicitiva) como criminal y no como enfermedad mental.
¿Qué piensas
de la psicopatía? ¿Consideras su abordaje como patología mental?
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