Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
Hacerse
ilusiones, afanarse en una empresa, confiar en nosotros mismos o anhelar algo;
expresiones que impulsan hacia lo que deseamos por el interés que nos genera y
por su carencia en nuestras vidas. Cuando algo supone una ilusión no queremos que nada ni nadie interfiera en ello. Lo imaginado y soñado puede convertirse en
realidad haciéndonos esperar su logro aunque quizá su plausibilidad sea
difusa. Las ilusiones nos llevan a los
ideales, si bien el ideal quizá se convierta en algo esclavizador que nos haga perder la
perspectiva y aleje de nuestra verdadera esperanza aquello cuyo logro supone un
acicate vital. Y es que aplicable a casi todo en la vida, cuanta perversión hay en aquel ideal que pretende eliminar o sustituir
otros ideales.
Difícil no pensar que cuando algo te ilusiona no exista
una inyección anímica que derive en un sentimiento de alegría bien aderezado de
entusiasmo que impulse hacia el logro, convirtiéndonos
en un metal atraído inevitablemente por un ilusorio imán. Tirando de
pragmatismo, creo que obcecarnos en algo
etéreo nos aleja de lo tangible y puede mantenernos en una lucha constante
innecesaria por nuestro desgaste. Esto no quita que dirijamos nuestros actos
hacia aquello que nos importa, analizando convenientemente su alcance y trazando un camino que, aunque no
exento de esfuerzo, permita la consecución del ideal. En cualquier caso, no
pretendiendo infundir pesimismo, aquella ilusión no lograda suele ser un camino hacia la realidad.
Pero cuál es el secreto para que la ilusión no equivalga a una quimera y lo
aparentemente utópico deje de ser un espejismo incorporándose a nuestros
logros. Cómo conseguir que la entelequia sea mesurable y no se esfume como la
huella de un sueño. Me surge recomendar el valor de la perseverancia sin caer
en eso de que lo nuestro es la mejor elección o que lo que decidimos está
justificado, sobreestimando lo bueno y minimizando lo oscuro. Alejemos pues de
nosotros la ilusión de superioridad y la ilusión introspectiva; que un sano sesgo optimista nos ayude a continuar
sin más pausa que una reflexiva visión de
las amenazas para así orientar nuestras elecciones y facilitar los logros.
Hablaba Kant
de la ilusión trascendental aludiendo a la búsqueda de la verdadera esencia de
las cosas, algo que consideraba imposible pero que modularé aludiendo a que,
siempre con la sempiterna inteligencia práctica, podemos lograr casi cualquier
fin; y aunque quizá esté henchido en soberbia, exceptuando cuestiones que se
alejan de lo concreto, me gustaría pensar que casi todo es posible y por tanto
alcanzable. Freud señalaba en El
Porvenir de una Ilusión que en la ilusión
hay
una creencia en cuya motivación prima sobre todo el cumplimiento del deseo y
que, a la larga, nada puede oponerse a la razón y a la experiencia, lo
que profundiza aún más en las recomendaciones previas de ajustar nuestras actitudes
y comportamientos hacia lo deseado con un inteligente
pragmatismo.
Los pasos son aparentemente sencillos si se
siguen con convicción. Visualiza tu
anhelo, diseña tu trayectoria, ármate interna (actitudinalmente) y externamente
(perseverando) en la consecución de tu ilusión. Sólo así no despertarás de
tu sueño haciendo que la desesperanza sea algo irrisorio, fantasmagórico e
incluso propio de un prestidigitador. Sus verdugos serán el ánimo y la fe
promovidas por su archienemiga, la ilusión.
Y si de
ilusión también se vive, como no querer vivir motivados por la ilusión. Lo ilusionante nos aleja del hastío, infunde esperanza, otorga
seguridad y aporta energía al deseo. Pienso que sólo ilusiona lo que se
anhela y sólo se anhela lo que verdaderamente queremos, así que no hay nada más
recomendable que perseguir algo ilusionante.
Lectura
recomendada
Freud, S. (1927, ed. 2012). El Porvenir de una Ilusión.
Madrid: Taurus
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