martes, 18 de abril de 2017

Algo ilusionante

Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe


Hacerse ilusiones, afanarse en una empresa, confiar en nosotros mismos o anhelar algo; expresiones que impulsan hacia lo que deseamos por el interés que nos genera y por su carencia en nuestras vidas. Cuando algo supone una ilusión no queremos que nada ni nadie interfiera en ello. Lo imaginado y soñado puede convertirse en realidad haciéndonos esperar su logro aunque quizá su plausibilidad sea difusa. Las ilusiones nos llevan a los ideales, si bien el ideal quizá se convierta  en algo esclavizador que nos haga perder la perspectiva y aleje de nuestra verdadera esperanza aquello cuyo logro supone un acicate vital. Y es que aplicable a casi todo en la vida, cuanta perversión hay en aquel ideal que pretende eliminar o sustituir otros ideales.

Difícil no pensar que cuando algo te ilusiona no exista una inyección anímica que derive en un sentimiento de alegría bien aderezado de entusiasmo que impulse hacia el logro, convirtiéndonos en un metal atraído inevitablemente por un ilusorio imán. Tirando de pragmatismo, creo que obcecarnos en algo etéreo nos aleja de lo tangible y puede mantenernos en una lucha constante innecesaria por nuestro desgaste. Esto no quita que dirijamos nuestros actos hacia aquello que nos importa, analizando convenientemente su  alcance y trazando un camino que, aunque no exento de esfuerzo, permita la consecución del ideal. En cualquier caso, no pretendiendo infundir pesimismo, aquella ilusión no lograda suele ser un camino hacia la realidad.

Pero cuál es el secreto para que la ilusión no equivalga a una quimera y lo aparentemente utópico deje de ser un espejismo incorporándose a nuestros logros. Cómo conseguir que la entelequia sea mesurable y no se esfume como la huella de un sueño. Me surge recomendar el valor de la perseverancia sin caer en eso de que lo nuestro es la mejor elección o que lo que decidimos está justificado, sobreestimando lo bueno y minimizando lo oscuro. Alejemos pues de nosotros la ilusión de superioridad y la ilusión introspectiva; que un sano sesgo optimista nos ayude a continuar sin más pausa que una reflexiva visión de las amenazas para así orientar nuestras elecciones y facilitar los logros.

Hablaba Kant de la ilusión trascendental aludiendo a la búsqueda de la verdadera esencia de las cosas, algo que consideraba  imposible pero que modularé aludiendo a que, siempre con la sempiterna inteligencia práctica, podemos lograr casi cualquier fin; y aunque quizá esté henchido en soberbia, exceptuando cuestiones que se alejan de lo concreto, me gustaría pensar que casi todo es posible y por tanto alcanzable. Freud señalaba en El Porvenir de una Ilusión que en la ilusión hay una creencia en cuya motivación prima sobre todo el cumplimiento del deseo y que, a la larga, nada puede oponerse a la razón y a la experiencia, lo que profundiza aún más en las recomendaciones previas de ajustar nuestras actitudes y comportamientos hacia lo deseado con un inteligente pragmatismo.

Los pasos son aparentemente sencillos si se siguen con convicción. Visualiza tu anhelo, diseña tu trayectoria, ármate interna (actitudinalmente) y externamente (perseverando)  en la consecución de tu ilusión. Sólo así no despertarás de tu sueño haciendo que la desesperanza sea algo irrisorio, fantasmagórico e incluso propio de un prestidigitador. Sus verdugos serán el ánimo y la fe promovidas por su archienemiga, la ilusión. Y si de ilusión también se vive, como no querer vivir motivados por la ilusión. Lo ilusionante nos aleja del hastío, infunde esperanza, otorga seguridad y aporta energía al deseo. Pienso que sólo ilusiona lo que se anhela y sólo se anhela lo que verdaderamente queremos, así que no hay nada más recomendable que perseguir algo ilusionante.

Lectura recomendada
Freud, S. (1927, ed. 2012). El Porvenir de una Ilusión.  Madrid: Taurus

No hay comentarios:

Publicar un comentario