Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, en
su cuarta edición (DSM-IV), categoriza la simulación como un problema
adicional que puede ser objeto de atención clínica, definiéndola como la
producción intencionada de síntomas físicos o psicológicos desproporcionados
o falsos que están motivados por incentivos externos. En la práctica clínica,
el principal motivo suele ser obtener
una baja médica mediante la cual evitar un trabajo, llegando incluso a utilizarse indirectamente para
intentar lograr una compensación económica. Además, el manual recomienda sospechar simulación
en el caso de que exista un contexto medicolegal, discrepancia entre el
estrés o la alteración explicada por la persona y los datos procedentes de la
exploración médica, falta de cooperación durante la valoración diagnóstica y,
finalmente, la presentación de un trastorno antisocial de la personalidad.
La intencionalidad y
voluntariedad son las características que diferencian la simulación de los
trastornos facticios, donde la producción de los síntomas no es
intencionada. El que los simuladores produzcan deliberadamente los síntomas,
implica que tengan conciencia de su impostura, aunque esto puede ser difícil
de distinguir ya que la mayoría de las conductas humanas se dirigen a metas
conscientes o inconscientes, apareciendo superpuestas en los propósitos con
que dichas conductas se emprenden. Este problema se diluye al considerar dos
continuos interrelacionados que representarían 1) al destinatario del engaño
(otro o uno mismo) y 2) el grado de insight
del simulador sobre la naturaleza fraudulenta de los síntomas, ya sean
conscientes o inconscientes. Es decir, cuanto
mayor sea el interés con que se pretende engañar a otros (no a uno mismo) con
respecto al propio estado de salud, serán más conscientes y voluntarias las
conductas de enfermedad, haciéndose la simulación más fácil de descubrir.
Otros autores añaden más factores que contribuyen a discernir cuando
se está ante un simulador. Así, se ha propuesto la incompatibilidad entre los
resultados de las pruebas y el perfil de los síntomas propios de las lesiones
neurológicas subyacentes, el pobre rendimiento en tareas motoras y
sensoriales en comparación con las tareas que valoran capacidades cognitivas
específicas, inconsistencia entre las respuestas del sujeto y referencia
continua a la incapacidad para volver a su vida laboral anterior.
Últimamente se ha incrementado notablemente la frecuencia de
aparición de simulación de problemas cognitivos, siendo el déficit mnésico la queja más frecuentemente simulada tras un daño cerebral traumático,
llegando a estimarse un valor en torno al 5-10% en los traumatismos
craneoencefálicos leves. Paralelo a este incremento, se ha producido una
multiplicación de las investigaciones centradas en el desarrollo de métodos
cuantitativos de detección de la simulación o renuencia a la cooperación en
los exámenes neuropsicológicos.
En síntesis, podría concluirse la existencia de un probable intento
de simulación por:
·
La
presencia de un contexto médico-laboral.
·
La
evidencia de contradicciones en las entrevistas.
·
La
ocurrencia de respuestas absurdas e ilógicas en las pruebas.
·
La
inexistencia de paralelismo entre el rendimiento en los tests y las
dificultades funcionales en su vida habitual.
·
Un buen
número de indicadores cuantitativos en las pruebas psicométricas.
Siendo más
concretos, existen instrumentos de entrevista y/o pruebas neuropsicológicas
que con la adecuada interpretación facilitan establecer conclusiones acerca
de la posibilidad o no de estar ante una simulación. Sirva de ejemplo la entrevista autobiográfica para detectar
simulación que se presenta en la siguiente tabla y que se aplica en dos
consultas espaciadas:
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