Ya
hace prácticamente un mes, un mensaje de WhatsApp me alertó de lo sucedido. Era
un Jueves por la tarde, y como ya sabéis, que os he contado en alguna otra
ocasión estaba en UEC (unidad de estancia corta del servicio de psiquiatría). A
los pocos minutos se corroboró la información de WhatsApp; parecía un incidente
múltiple; pasada media hora aproximadamente, ya se catalogó como “atentado en
la ciudad de Barcelona”
Dedicaré
unas frases a cómo desde mi hospital se activó el protocolo IMV (Incidente de
Múltiples Víctimas); cómo fue la gestión, coordinación y por supuesto como lo
sobrellevé a nivel personal, que si ya me permitís adelantaros, fue lo más
complicado.
Aquel
día junto con mis compañeras estuvimos en el hospital hasta las 23:00 por si
era necesaria cualquier tipo de intervención psicológica de urgencia. En todo
momento nos coordinamos con el servicio de guardia de psiquiatría. En esos
primeros momentos lo primordial era paliar los daños físicos, las víctimas que
iban llegando estaban ubicadas en UCI’s generales y pediátricas, en quirófanos,
etc. Como todos sabemos, el daño físico es el primordial, luego se despierta el
emocional, que no por ser secundario o más tardío es menos importante.
Aquella
noche, tristes, perplejas, dolidas y algo asustadas, cada una nos fuimos para
casa. Al día siguiente nos esperaba una jornada con un número de pacientes
incierto además de, probablemente, unas intervenciones muy “INTENSAS” por la
envergadura de lo sucedido. Al día siguiente llegamos al hospital, cada una se
dirigió a su servicio y a las 13:00 se convocó una reunión de urgencia en el
servicio de guardia de psiquiatría. Desde trabajo social del hospital se habían
solicitado psicólogos, puesto que estaban comenzando a darse las primeras
demandas. Fuimos tres en total, dos compañeras y yo, todas residentes las que
nos ofrecimos totalmente aquel día y disponibilidad plena durante todo el fin
de semana. Ese día, el viernes (día posterior al atentado), el objetivo fue
localizar a las víctimas, reconocerlas en cuanto a parentesco (había familias
completas ingresadas) e identificar nivel de gravedad así como grado de
necesidad de intervención psicosocial. La jornada del día fue, como os podéis
imaginar, dura, pesada, y en algunos momentos personalmente, tenía la sensación
de que estaba soñando aquello que estaba viviendo. Me parecía muy surrealista a
los tres meses de comenzar la residencia, estar viviendo todo aquello; convivía
un sentimiento de vulnerabilidad, de sentirme pequeña ante tal situación, a la
vez que el afán por aprender y las ganas de hacer todo lo posible por ayudar,
podían conmigo.
El
sábado junto a nosotras se unió la psicóloga del hospital especializada en este
tipo de sucesos. Ella fue “nuestra guía” para hacer todo el proceso tal y cómo
tocaba. Éramos cuatro, según la demanda nos dividíamos de dos en dos. La
estrategia de intervención fue la siguiente, a nivel intradisciplinar, cada dos
horas aproximadamente nos reuníamos en un despacho para actualizar cualquier
tipo de novedad, toda esta información era trasladada al responsable de la
guardia de psiquiatría, quien al final del día escribía un documento con la
situación actual de cada una de las víctimas que precisaban ayuda psiquiátrica
y/o psicológica. A nivel interdisciplinar, fue muy importante la coordinación
con el servicio de trabajo social del hospital; puesto que ellos se encargaban
del aspecto más “administrativo”, con ello me refiero a gestiones relacionadas
con embajadas, cónsules, prensa, llegada de familiares al aeropuerto, traslado
de pacientes de un hospital a otro, etc. Eso permitió que todo nuestro equipo
pudiera dedicarse íntegramente a cubrir los daños personales-emocionales.
Abarcamos un total de 15 víctimas llegadas a nuestro hospital (entre las que se
incluyen “directas”-presentes en el accidente e “indirectas”-no presentes en el
accidente pero afectadas). La intervención fue muy intensa todo el fin de
semana, y la semana que prosiguió, paralizamos la asistencia en nuestros
diferentes servicios de rotación para atender las demandas que iban apareciendo
a medida que pasaban los días. El equipo se mantuvo en constante activación y
al 100% para que todo saliera lo mejor posible hasta que cada una de las
víctimas y sus familiares fueron expatriados a sus ciudades de origen. La
sensación de “normalidad” iba acercándose cada vez más. La evolución de todas
las personas ingresadas era muy buena, las intervenciones quirúrgicas resueltas
con éxito, post-operatorios con buen pronóstico…etc. Todo un cúmulo de señales
que hacían al profesional, seguir allí manteniendo la fuerza y la esperanza en
que cada una de esas personas recuperara sus vidas lo antes posible.
Llegado
a este punto, entraré en la parte personal; en primer lugar creo que la clave
fue creerme profesional de la salud mental, que si es un trabajo que a veces
hay que hacer, en esta situación pienso que tiene que tenerse presente minuto a
minuto puesto que es una situación muy crítica y la barrera entre lo personal y
lo profesional es muy frágil. Pienso que el sentimiento de apoyo y unión en el
equipo fue primordial para que todo saliera bien. Aprendí muchísimo de la
psicóloga responsable de la gestión del incidente, QUÉ hacer, QUÉ NO hacer y
CÓMO hacerlo. Por ello recalco que siendo muy duro fue una experiencia que
tengo la sensación que no olvidaré jamás y que por ser la primera será diferente
a cualquier otra que se dé. Lo que más me costó, y cierto es que hasta la fecha
no me había encontrado con tal dificultad fue DESCONECTAR. Los discursos que
nos llegaban estaban repletos, de dolor, de tristeza, de incertidumbre….Además
de eso, el esfuerzo era doble porque existía una barrera idiomática con todas
las víctimas; el inglés o el francés fueron las lenguas utilizadas, según el
caso. Recuerdo todavía, el discurso de un papá, como nos decía que por un
momento sintió haberlo perdido todo. Llegaba a casa y me costaba separar las
vivencias que nos relataban, además era difícil desconectar porque en cualquier
medio de comunicación aparecían noticias del atentado…Pasados los días llegué a
una conclusión que fue la siguiente; NO EXCEDERSE ni dando información ni
pretendiendo hacer una intervención “super-terapéutica” (son momentos en el que
el simple “estar ahí” ya resulta terapéutico), SER MUY CAUTO Y PRUDENTE en todo
momento (tratamos con personas en una situación muy crítica), tener una buena COORDINACIÓN
Y COMUNICACIÓN CONSTANTE CON TU EQUIPO DE TRABAJO y sobre todo, CUIDARTE A TI
MISMO.
Cerrando
aquí tal experiencia “profesional”, no suelo hacer dedicatorias pero esta vez
sí me gustaría remarcar unas palabras. Poniéndoos en conocimiento tal situación,
me gustaría dedicar los minutos que invirtáis en leer este texto a todas
aquellas víctimas del atentado del pasado 17 de agosto en la ciudad de
Barcelona.
Barcelona
sigue brillando; su clima, su rambla, sus plazas, sus calles y todas aquellas
personas que vivimos en la ciudad día a día luchamos por hacer del atentado un
incidente que no permita frenar vidas, ilusiones y las ganas de seguir
disfrutando de la ciudad como siempre lo habíamos hecho.
BARBARA CITOLER NAVAL , Residente PIR