Alejandro
Muriel Hermosilla
Residente
PIR HGU Gregorio Marañón
Visitante
en Yale University – CMHC (EEUU)
En los últimos años la obesidad se ha convertido en una
preocupación creciente en nuestra sociedad. Sin embargo, los esfuerzos
destinados tanto a prevenirla como a tratarla continúan sin producir los
efectos deseados. Parece que tanto la educación en una nutrición saludable como
el énfasis en la importancia del ejercicio físico no acaban de reflejarse en
una menor prevalencia de esta enfermedad. ¿Qué está ocurriendo para que
continúe pasando? ¿Dónde estamos equivocándonos?
Para poder tomar distancia y comprender la imagen global, lo
ilustraremos con una viñeta médica. Imaginemos que una mujer lleva a su hijo de
10 años al médico porque presenta síntomas de asma. Este, tras realizar una
exploración completa, le receta un tratamiento que consiste en un inhalador con
corticoides. Inicialmente, el niño experimenta una mejoría de sus síntomas,
pero, al cabo de unos meses, la madre vuelve al médico explicándole que su hijo
ha vuelto a empeorar, a pesar de utilizar el tratamiento indicado. El médico,
tras volverle a evaluar, decide prescribir un nuevo inhalador con una dosis más
potente, pero, nuevamente, la escena se repite y, pasado un tiempo, los
síntomas de asma de este niño vuelven a empeorar hasta el punto en que requiere
ser hospitalizado durante una noche. ¿Qué ocurre en este ejemplo para que
empeoren estos síntomas de asma del chico? Bien, no se trata tanto de que el
médico no esté haciendo correctamente su trabajo, sino de que, como sociedad,
no estamos acostumbrados a mirar qué está causando el problema y aplicamos un
tratamiento a los síntomas, en lugar de plantearnos cuál es su causa. Si el
médico tuviera un momento y analizara, más allá de los síntomas, la situación en
que este niño vive, descubriría que, dado que su familia tiene graves problemas
económicos, reside en una casa cerca de una carretera muy concurrida con altos
índices de contaminación. La casa en la que viven, dado que es muy antigua,
tiene constantes problemas de humedad y resulta que el niño es alérgico a los
hongos que aparecen. Además, su padre recientemente ha perdido el ya precario
trabajo que tenía y la situación en su casa es cada vez más estresante, lo que
afecta aún más a sus síntomas respiratorios. Ahora bien, si el médico realmente
tomara el tiempo para analizar toda esta situación sería ciertamente frustrante
para él, ya que poco o nada podrá hacer para cambiar su situación. Esto implica
que, para poder abordarla adecuadamente, se deberían incluir otros actores
–sociales y legales- en juego que trabajen con la causa del problema.
Este ejemplo no es en absoluto una excepción y no sólo ocurre en
las enfermedades médicas, sino que también en las enfermedades mentales, es aplicable
a la salud en su conjunto. El problema es que lo que comienzan siendo unos
síntomas, acaban produciendo un cuadro cada vez más grave por no estar
abordando aquello que lo produce, lo que lleva a intervenciones gradualmente
más costosas. En definitiva, supone un coste sanitario mayor tanto para el
paciente como para el sistema.
Lo que esta viñeta representa es algo que se ha demostrado
repetidamente en todos los estudios: el nivel económico está directamente
relacionado con el grado de salud. Se sabe que, incluso teniendo en cuenta los
llamados “factores de riesgo”, las personas con un nivel adquisitivo mayor
enferman menos. Y esto no tiene que ver con cuestiones biológicas directamente,
sino con los sistemas de protección que se asocian a este estatus. Si pensamos
en el caso anterior, posiblemente ese niño no habría desarrollado síntomas de
asma si no hubiera vivido en un ambiente contaminado, en una casa que no estaba
revestida adecuadamente y sufriendo un ambiente familiar estresante. Esto no significa
que aquellas personas con mayor nivel adquisitivo no enferman, pero sí que lo
hacen en menor grado, con cuadros de menor gravedad y, cuando lo hacen, su
recuperación es mucho más rápida y exitosa en el largo plazo.
Esto nos debería llevar a plantearnos si estamos poniendo el foco
en algo demasiado específico y perdiendo la imagen completa. Como antes
mencionábamos, está fuera del alcance y de las funciones del médico atender a
todas las complejidades del caso presentado. Pero es común pensar que hacerlo
implicaría un coste desproporcionado. La realidad es que cuando se analizan los
costes derivados de no considerar la atención en el origen del problema y de un
sistema basado en la atención sanitaria en crisis, se confirma que son mucho
más altos que aquellos sistemas más holísticos. No obstante y, pese a que se
está generando un debate cada vez mayor sobre este asunto, la realidad parece
indicar que queda mucho camino por recorrer.
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