jueves, 24 de noviembre de 2016

¿Qué hemos estado haciendo mal y cuál es el futuro de la salud mental?




Alejandro Muriel Hermosilla
Residente PIR HGU Gregorio Marañón
Visitante en Yale University – CMHC (EEUU)


Si pensamos en la gran mayoría de campos de conocimiento dentro de las ciencias de la salud, con relativa facilidad podemos imaginar, cuando no directamente enumerar, algunas de las líneas de investigación más novedosas. Sin embargo, si tenemos en cuenta las dos últimas décadas en salud mental, más allá del uso de las nuevas tecnologías, es sorprendente que el panorama se mantiene con pocos cambios. Tanto desde el punto de vista de tratamientos farmacológicos como de las terapias psicológicas, no se han producido en nuestro país avances cualitativos hacia nuevos horizontes. Por el contrario, en otros lugares se están comenzando a plantear cuestiones que suponen ya una ruptura del paradigma dominante, equivalente al que supuso en su día la salida de los enfermos mentales de aquellos antiguos hospitales psiquiátricos, esos donde ahora nos resulta tan chocante que muchas personas con enfermedad mental fueran llevadas.

Este nuevo movimiento es la salud mental orientada hacia la recuperación, la recuperación e integración real del cliente (se prefiere este término al de paciente)  a su vida en la comunidad. Aunque discutir todos los cambios que se promueven desde este enfoque superan con mucho el propósito de este artículo, hablaremos de algunos de los más relevantes.

Pocas personas hoy en día cuestionarían que un psicólogo o psiquiatra es la persona adecuadas para llevar a cabo una terapia, con aquellos que presentan una enfermedad mental. Además, es igualmente cierto que pocas veces se tiene en cuenta qué dicen los pacientes o sus familias sobre el tratamiento que reciben y, cuándo se escucha lo que dicen, suele ser recibido con actitud defensiva y de superioridad profesional. Pero, ¿no sería lógico que, si ellos son tanto los que sufren la enfermedad mental como los receptores y potenciales beneficiarios del tratamiento tuvieran un papel más activo en su tratamiento y rehabilitación? ¿Qué ocurriría si los propios “pacientes” fueran quienes dirigieran el tratamiento que reciben? Un problema añadido es que aún hoy se suele hablar de los pacientes con etiquetas, “un bipolar” o “una límite” son expresiones demasiado frecuentes que no permiten considerar el hecho de que, tras esa etiqueta, existe una persona con toda una serie de peculiaridades que, por supuesto, exceden las de una categoría diagnóstica.

Partiendo de esta situación se han desarrollado los “peer support” o grupos de apoyo, en los que personas que han lidiado con una determinada enfermedad mental y que se han podido recuperar ayudan a otras en el proceso. Ahora bien, no se trata de un grupo informal en el que un voluntario se limita a dar consejos desde su propia experiencia. Todo lo contrario, se trata de que estos “peer”, como se les conoce, reciben una formación exhaustiva (de uno o dos años, por lo general) en salud mental que les prepara para poder desempeñar este papel y, como cualquier otro trabajo, son remunerados por ello. Como uno puede imaginar, este movimiento no está exento de críticas entre la psiquiatría tradicional, pues supone un cambio radical en muchos sentidos. No obstante, el cambio de postura es mucho más profundo que determinar quién es el que realiza el tratamiento, supone una verdadera transformación del paradigma actual.

Otro de los aspectos de mayor importancia es cómo se evalúan los resultados de un tratamiento para afirmar que es o no exitoso. Si habitualmente se tenían en cuenta parámetros como la reducción de los síntomas, desde este movimiento se encuentra que dichos factores son tremendamente insuficientes para hablar de éxito. En su lugar, se evalúa la efectividad de una intervención considerando, además de los síntomas, otros aspectos como la situación laboral -¿tiene trabajo?¿lo busca?¿por qué no lo hace?-, las relaciones con las personas de su entorno, el grado en que está involucrado en aquellos valores que esta persona considera importantes para él o ella. Se rechaza la postura de que las personas con enfermedad mental grave sólo pueden optar –y con suerte- a puestos de trabajo no cualificados, instándoles a pensar que todo lo demás quizá sea “apuntar demasiado alto”. En su lugar, se dispone de personas que les pueden guiar a que sean autónomos en todas las esferas de su vida, no sólo con unas técnicas para manejar los síntomas dictadas por personas completamente ajenas a sus vivencias.


Como se ha mencionado antes, este movimiento es y ha sido recibido con gran escepticismo y, a veces, con un rechazo frontal. No obstante, tanto los datos que se obtienen, basados más en metodología cualitativa que cuantitativa, y las experiencias de estos clientes, progresivamente se hacen hueco y está ganando una mayor aceptación. Cabe preguntarnos ¿cómo será su llegada al sistema sanitario español?

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