Alejandro
Muriel Hermosilla
Residente
PIR HGU Gregorio Marañón
Visitante
en Yale University – CMHC (EEUU)
Si pensamos en la gran mayoría de campos de conocimiento dentro de
las ciencias de la salud, con relativa facilidad podemos imaginar, cuando no
directamente enumerar, algunas de las líneas de investigación más novedosas.
Sin embargo, si tenemos en cuenta las dos últimas décadas en salud mental, más
allá del uso de las nuevas tecnologías, es sorprendente que el panorama se
mantiene con pocos cambios. Tanto desde el punto de vista de tratamientos
farmacológicos como de las terapias psicológicas, no se han producido en
nuestro país avances cualitativos hacia nuevos horizontes. Por el contrario, en
otros lugares se están comenzando a plantear cuestiones que suponen ya una
ruptura del paradigma dominante, equivalente al que supuso en su día la salida
de los enfermos mentales de aquellos antiguos hospitales psiquiátricos, esos
donde ahora nos resulta tan chocante que muchas personas con enfermedad mental fueran
llevadas.
Este nuevo movimiento es la salud mental orientada hacia la
recuperación, la recuperación e integración real del cliente (se prefiere este
término al de paciente) a su vida en la
comunidad. Aunque discutir todos los cambios que se promueven desde este
enfoque superan con mucho el propósito de este artículo, hablaremos de algunos
de los más relevantes.
Pocas personas hoy en día cuestionarían que un psicólogo o
psiquiatra es la persona adecuadas para llevar a cabo una terapia, con aquellos
que presentan una enfermedad mental. Además, es igualmente cierto que pocas
veces se tiene en cuenta qué dicen los pacientes o sus familias sobre el tratamiento
que reciben y, cuándo se escucha lo que dicen, suele ser recibido con actitud
defensiva y de superioridad profesional. Pero, ¿no sería lógico que, si ellos
son tanto los que sufren la enfermedad mental como los receptores y potenciales
beneficiarios del tratamiento tuvieran un papel más activo en su tratamiento y
rehabilitación? ¿Qué ocurriría si los propios “pacientes” fueran quienes
dirigieran el tratamiento que reciben? Un problema añadido es que aún hoy se
suele hablar de los pacientes con etiquetas, “un bipolar” o “una límite” son
expresiones demasiado frecuentes que no permiten considerar el hecho de que,
tras esa etiqueta, existe una persona con toda una serie de peculiaridades que,
por supuesto, exceden las de una categoría diagnóstica.
Partiendo de esta situación se han desarrollado los “peer support”
o grupos de apoyo, en los que personas que han lidiado con una determinada
enfermedad mental y que se han podido recuperar ayudan a otras en el proceso.
Ahora bien, no se trata de un grupo informal en el que un voluntario se limita
a dar consejos desde su propia experiencia. Todo lo contrario, se trata de que
estos “peer”, como se les conoce, reciben una formación exhaustiva (de uno o
dos años, por lo general) en salud mental que les prepara para poder desempeñar
este papel y, como cualquier otro trabajo, son remunerados por ello. Como uno
puede imaginar, este movimiento no está exento de críticas entre la psiquiatría
tradicional, pues supone un cambio radical en muchos sentidos. No obstante, el
cambio de postura es mucho más profundo que determinar quién es el que realiza
el tratamiento, supone una verdadera transformación del paradigma actual.
Otro de los aspectos de mayor importancia es cómo se evalúan los
resultados de un tratamiento para afirmar que es o no exitoso. Si habitualmente
se tenían en cuenta parámetros como la reducción de los síntomas, desde este
movimiento se encuentra que dichos factores son tremendamente insuficientes
para hablar de éxito. En su lugar, se evalúa la efectividad de una intervención
considerando, además de los síntomas, otros aspectos como la situación laboral
-¿tiene trabajo?¿lo busca?¿por qué no lo hace?-, las relaciones con las
personas de su entorno, el grado en que está involucrado en aquellos valores
que esta persona considera importantes para él o ella. Se rechaza la postura de
que las personas con enfermedad mental grave sólo pueden optar –y con suerte- a
puestos de trabajo no cualificados, instándoles a pensar que todo lo demás
quizá sea “apuntar demasiado alto”. En su lugar, se dispone de personas que les
pueden guiar a que sean autónomos en todas las esferas de su vida, no sólo con
unas técnicas para manejar los síntomas dictadas por personas completamente
ajenas a sus vivencias.
Como se ha mencionado antes, este movimiento es y ha sido recibido
con gran escepticismo y, a veces, con un rechazo frontal. No obstante, tanto los
datos que se obtienen, basados más en metodología cualitativa que cuantitativa,
y las experiencias de estos clientes, progresivamente se hacen hueco y está
ganando una mayor aceptación. Cabe preguntarnos ¿cómo será su llegada al
sistema sanitario español?
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