domingo, 24 de abril de 2016

Experiencia como voluntario de Psicología Clínica en Brasil




En este artículo contaremos la experiencia de Alejandro Muriel Hermosilla, actualmente Psicólogo Interno Residente en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón, como voluntario de Psicología Clínica en Brasil.  Os dejamos con su relato:

Después de terminar la carrera tuve la oportunidad de irme a Brasil con mi pareja y, ante la perspectiva de que mi estancia allí sería larga, decidí comenzar a buscar trabajo como voluntario de psicología clínica en la ciudad donde vivía, Salvador de Bahía.  Para los que no la conozcáis, esta es una de las regiones más interesantes del país, por su naturaleza exuberante rodeada de edificios históricos, playas vírgenes y por la amabilidad de su gente. Sin embargo, también es una de las regiones más pobres y con más violencia, lo que la podía hacer bastante peligrosa al caer la noche.

Al principio, encontrar algún sitio donde trabajar de voluntario no fue nada fácil, mi nivel de portugués no era muy bueno, no tenía apenas personas a las que poder acudir para preguntar por centros donde colaborar y no sabía cómo funcionaban este tipo de cosas allí. Tras cerca de dos semanas buscando todos los días y recorriendo la ciudad de arriba a abajo, parecía que surgía algo que tenía muy buena pinta. Un conocido profesor de neuropsicología que trabajaba en el Hospital São Rafael, me ofreció colaborar en un proyecto que iba a comenzar con sus alumnos y compañeros del hospital. Nada más decírmelo, me ilusioné por poder colaborar en un proyecto que estaba por empezar y donde podría aprender de un tema que me interesaba bastante. Sin embargo, para mi decepción, el día antes de empezar a trabajar  y con mi bata ya comprada, me informaron desde la dirección de personal del hospital que no era posible que colaborara como voluntario por tener visado de turista. No entendía cómo, si no era una actividad remunerada, más bien todo lo contrario, me ponían tantas pegas para poder colaborar. Pese a que este profesor y alguna otra persona intentaron ver si se podía hacer algo, fue imposible.

Parecía que buscar un voluntariado iba a ser más difícil de lo que yo hubiera pensado. Un día, mientras desayunaba, leí en el periódico local sobre una organización que ofrecía servicios de neurología, psiquiatría y psicología a  personas sin recursos. Me decidí a visitarla por si había suerte y, desde el principio, además de mostrarse enormemente acogedores y amables, me dejaron claro su disponibilidad para poder colaborar con ellos como psicólogo voluntario.  Y así fue cómo empecé a colaborar durante casi 6 meses en la Fundação de Neurologia e Neurocirugia: Instituto do Cérebro.

La idea de su funcionamiento me parecía y me parece, aún más hoy, extraordinaria. Todos los profesionales que trabajan en la fundación eran adjuntos o residentes de alguna de las tres especialidades que se ofrecían: neurología, psiquiatría y psicología. Algunos días a la semana iban a atender a aquellas personas que, por su condición económica y/o por la urgencia de su tratamiento, no podían costearse un plan de salud privado. La rutina diaria para los voluntarios era bastante parecida al PIR o al MIR, pues, al principio, pasábamos como observadores y luego íbamos teniendo algunos pacientes a nuestro cargo. Pude pasar a sesiones de psicoterapia individual y de familia, a evaluaciones neurológicas,  neuropsicológicas y a consultas de psiquiatría.

Cuando ya tuve los primeros pacientes a mi cargo, tuve la suerte de tener supervisiones, que, en mi caso, eran dobles: de los pacientes y de mi portugués!! Aunque con el tiempo fui mejorando mi manejo del idioma, trabajar en esta asociación me permitió no sólo ver de cerca el trabajo de profesionales de la salud mental, sino problemáticas sociales extremas que, por suerte, pocas veces presenciamos en nuestro país. Se producían situaciones que a cualquiera le ponían los pelos de punta, ya que, aunque a la mayoría de pacientes se les dispensaban sus medicamentos de forma gratuita, frecuentemente faltaban a las consultas por no tener medios para pagar el trayecto desde su pueblo hasta la fundación. Pero también pude ver cómo en estas situaciones se redoblaba el esfuerzo que hacían algunos trabajadores, que iban con sus coches particulares a atender al domicilio de los pacientes en peor situación. Y cuando hablo de pacientes, también hablo de niños de muy corta edad que vivían en condiciones de pobreza extrema con familias absolutamente desestructuradas. Realmente es en estas situaciones donde la palabra resiliencia adquirió sentido para mí.

La experiencia no pudo ser más completa, porque también me permitió participar en un proyecto donde  se realizó una evaluación a la población general de más de 60 años en riesgo de demencia, para concienciar a las comunidades de la importancia de la detección a tiempo y de su tratamiento. ¡Hasta salimos en la televisión local y en los periódicos realizando el MiniMental en las plazas o los centros comerciales! Entre otras muchas actividades, podíamos asistir a las clases de psiquiatría de la Universidad de Medicina de Salvador de Bahía, que tenía una estrecha colaboración con la propia fundación.

Después de casi 5 años de esa experiencia, sólo se me ocurren cosas positivas y, sin duda, la volvería a repetir. Así que animo a todos aquellos que pudieran estar interesados a ponerse en contacto con ellos, porque seguro estarán encantados de recibiros.

Aprovecho para mandar un saludo y reconocer el importantísimo trabajo que realiza el neurólogo Dr. Antonio Andrade Filho, director de la clínica.






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