Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
Preguntarnos cuánto de intolerantes podemos llegar a ser supone un
ejercicio de autoanálisis no factible para un buen número de personas. Qué difícil respetar al otro, lo diferente a
lo nuestro, ser indulgente ante lo que nos consume, afecta o molesta. Cuesta reconocer las diferencias,
amoldarnos a las divergencias, normalizar la aparente anomalía o anquilosar
nuestro escepticismo. La intolerancia
define al alfeñique y es que cuando rechazamos lo diferente estamos proyectando
una clara inferioridad bajo el oscurantismo de una aparente superioridad.
Pero cómo
llegar a ser transparentes e investirnos de una compostura que aleje la
obcecación de nuestras acciones. El rechazo a lo diferente se realiza en el
contexto de un juicio de valor y, como señalaba Dostoievski sólo por el
respeto de sí mismo se logra el respeto de los demás. Lo cierto es que en
mi pensamiento está que si no hay un
equilibrio interno nuestra proyección externa estará teñida de una déspota
inflexibilidad, camino inicia e inequívoco hacia la intolerancia.
La intolerancia
genera odio, agresión, deshumanización,
conflicto, dolor y nos lleva a batallas nescientes. Por el contrario, quien es tolerante se cuestiona a sí mismo lo que deriva inexorablemente en
la libertad de pensamiento y el crecimiento personal. En los tiempos que
corren, la recomendación de un cuento infantil
puede parecer una perogrullada. Sin embargo, no hay nada más intelectual
y valioso que recomendar historias que han forjado nuestros valores. En El
Patito Feo se refleja el estigmatizador rechazo a lo diferente. El
cuento de Hans Christian Andersen
nos habla, indirectamente, de paralelismos actuales como el acoso escolar, laboral o las actitudes discriminatorias que un
buen número de individuos exhiben. La mofa y burla hacia las condiciones
diferentes de otros, sean en la vertiente que sean, son una consecuencia de la
dañina intolerancia. Sin embargo,
poniéndonos en el papel del patito feo, la perseverancia, sacrificio o la motivación para crecer internamente
derivan en la superación de nuestros
límites, desarrollándonos y con la introyección de buenos sentimientos.
Abogaba Locke,
en su Carta sobre la Tolerancia por aplicar este valor a la religión
y la libertad de conciencia, estando guiadas ambas por el respeto y
consideración tolerante de lo
diferente. Como señalaba el filósofo, la fórmula es dejar de combatir lo que no se
puede cambiar. Qué maravilloso es
cuando asumimos que pueden existir diferencias que, lejos de separarnos, nos
enriquecen, derivan en la asunción de que todos erramos y/o podemos sentirnos o
ser débiles en algún momento. Opino que el
límite superior de la tolerancia es
el permisivismo. Ahí es donde se
pierde lo virtuoso de la tolerancia
dando pie a una pérdida de la libertad.
Pero reincido en señalar la dificultad de ser tolerante, es decir, de encontrar
la frontera entre el permisivismo y
la tolerancia o, según considero,
entre asumir y aceptar. La tolerancia se inviste de respeto, se
engalana con la libertad y es génesis del vínculo social. El permisivismo
desvincula, es irrespetuoso e irreflexivo y supone la piedra angular de un
aislante individualismo. Kant
aportó un enfoque negativo de la tolerancia,
en el sentido de que planteaba, de alguna manera, que el tolerante asumía una falsa creencia de poseer la razón pese al
permitir enfoques divergentes. Es probable que quien tolera así incurra en permisivismo,
porque si somos tolerantes nos abrazaremos a
la pluralidad. Este es el punto de tolerancia
que nos alejará de la necesidad de acabar con lo ideológicamente diferente,
aportándonos un valor vinculante y enriquecedor.
Y si en cualquier sitio se cuecen habas,
prefiero no centrarme en el reproche hacia si es posible se cuezan o no en
cualquier sitio; no vaya a ser que me burle de un patito que aunque de
mayor desarrolló una belleza externa notable, ya partía de una interna e inconmensurable capacidad de adaptación, antitética a la intolerable intolerancia.
Lectura
recomendada
Andersen, H. C. (1843, ed. 2006). El Patito Feo. Sevilla: SL Kalandraka
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