Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe
Imposible borrar de nuestras mentes las atrocidades perpetradas por los nazis durante la II Guerra Mundial en la primera mitad del siglo XX y el liderazgo o apadrinamiento de las mismas por la figura de Adolf Hitler quien provenía de un hogar con un padre hostil, frío en la expresión de emociones, cruel y con un trato déspota hacia su esposa e hijos. La actitud de ésta era de recato y, en cierto modo, permanecía silente ante lo que vivía. Hitler generó un apego ambivalente hacia ella dado que chocaban su tendencia al proteccionismo frente al rechazo por culparla de permanecer al lado del padre. La consecuencia fue una personalidad con tendencia al aislamiento y cierto paranoidismo (vinculado a la hostilidad) amén de otras características de la personalidad que describen la mente de alguien que generó tanto horror. O qué decir de Gilles de Montmorency-Laval, barón de Rais que vivió durante la primera mitad del siglo XV y que, tras morir sus padres, fue educado por su abuelo sin ningún tipo de límites. Por añadidura, su abuelo era un personaje carente de escrúpulos y con elevados impulsos violentos. Gilles se dedicó a torturar, violar, humillar y, sobre todo, asesinar niños. A este personaje pedófilo homicida muerto en la horca se le atribuyen más de 1000 desapariciones de niños entre 8 y 10 años de la región de Bretaña.
Pero, cuáles son los determinantes de las personas violentas, qué puede llevar a que se justifique la violencia y, su máxima expresión, la muerte de otras personas. El estudio de los criminales desde el punto de vista de las variables psicológicas que pueden ayudar a comprender la mente criminal es un campo muy interesante inexorablemente unido al estudio de la personalidad. Históricamente es imprescindible nombrar al pionero Lombroso (1876) y su distinción de tres tipos principales de delincuentes, a saber, criminal nato (considerado primitivo desde un punto de vista evolutivo; dementes (con alguna patología mental u orgánica) y criminaloides (ninguna característica específica pero con características mentales y emocionales predispuestas al crimen). Más allá de aciertos o errores en su descripción, la clasificación era un esbozo de los hoy llamados perfiles criminales.
La elaboración de un perfil criminal implica valorar 5 características fundamentales como son el contexto y/o escena del crimen, el perfil geográfico, modus operandi y/o firma del asesino y la victimología. Por citar un ejemplo, el perfil geográfico tendría que ver con los terrenos/lugares donde actúa un homicida y, en este sentido, destaca la Teoría del Círculo de Canter y cuyo planteamiento es situar en un mapa todos los delitos atribuidos a un mismo delincuente identificando las dos zonas más alejadas entre sí del mapa y trazar un círculo que cubra todos los delitos (el diámetro sería la distancia señalada). La probabilidad de encontrar la vivienda del criminal dentro del círculo es elevadísima y, lo que es más relevante, muy cerca del punto central.
El perfil criminal puede emplearse a la hora de analizar crímenes violentos y seriales, identificar autores y/o eliminar sospechosos, identificar un tipo de criminal, provocar a los agresores a través de los medios de comunicación (p. e.: simular un falso arresto de un homicida para que el verdadero homicida –de rasgos narcisistas- se entregue al necesitar reconocimiento), preparar un interrogatorio o justificar la solicitud de otras pruebas diferentes a las que ya se tengan. Analizando a los que llegan a asesinar, existe cierto consenso en afirmar que es en respuesta a la percepción del otro como causante de daño, amenaza o simplemente un obstáculo para la consecución de sus objetivos. Su personalidad no tiene necesariamente que estar unida a peculiaridades diferentes al resto de la población si bien sí se plantea una baja asertividad. Por supuesto, es prescindible la presencia de un trastorno mental (p. e.: crímenes de odio, pasionales o por motivos económicos) y frecuentemente hay rasgos psicopáticos. Estos rasgos psicopáticos siempre están presentes en los llamados asesinos en serie (tres o más homicidios), quienes suelen ser varones jóvenes de mediana edad y con alta agresividad/ensañamiento a la hora de cometer sus crímenes. El asesino en serie premedita sus crímenes e incluso fantasea y/o ensaya o planifica con detalle. El FBI estadounidense elaboró una clasificación simplista pero efectiva de estos homicidas, distinguiendo los organizados frente a los desorganizados a partir del análisis de la escena del crimen. No hay que olvidar que existirían perfiles mixtos pero parece más oportuno centrarnos en las categorías prototípicas. Generalmente, ya sea organizado o desorganizado, el planteamiento va a ser el de un varón joven de tipo caucásico. Lo habitual es una actuación en solitario y, como curiosidad, aproximadamente un 10% pertenecen a profesiones médicas o paramédicas. El homicida organizado suele presentar rasgos psicopáticos frente al desequilibrio comportamental del desorganizado. El organizado lleva sus propias armas, vigila el área del crimen, conoce las técnicas y tácticas policiales, limpia la sangre de las víctimas a las que puede llegar a descuartizar en pos de ocultar las pruebas (pueden llegar a llevarse algo de la víctima a modo de trofeo) e incluso toman fotos antes y después del delito. Su cociente intelectual suele estar por encima del promedio y, aunque no son nada disciplinados, en todo lo que tiene que ver con temas académicos tienden a destacar. Frente a estar características, el desorganizado no planifica y en un homicidio puede llegar a desfigurar a sus víctimas para que, simbólicamente, no vean como es. No se preocupa por hacer desaparecer el cuerpo, suele tener antecedentes familiares de consumo de alcohol u otras sustancias adictivas y tiene características como la introversión o baja autoestima unidas a un cociente intelectual bajo. El organizado puede llevar una vida normal o incluso atractiva a nivel laboral frente a los empleos humildes y/o poco atractivos así como las pocas relaciones sociales del desorganizado.
Decía Charles Manson que la paranoia es una forma de conciencia y la conciencia es una forma de amor y añadía, en su psicopática megalomanía, mírame con desprecio, verás un idiota. Mírame con admiración, verás a tu señor; mírame con atención, te verás a ti mismo. Quizá sería mejor recomendar callarse cuando lo que se tiene que decir no llega a la elegancia de un sabio silencio.
Links para ampliar información
Garrido, V. y López, P. (2006). El rastro del asesino. El perfil psicológico de los criminales en la investigación policial. Barcelona: Ariel.
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