martes, 25 de julio de 2017

Hipopotomonstrosesquipedaliofobia

                        Por Dr. Juan Jesús Muñoz García, Profesor de Psicología Clínica de CeDe



Mi corazón parece salir del pecho, noto un sudor frío a la par que mi piel palidece, mi estómago está revuelto anunciando una incipiente diarrea. Para más inri me tiembla la voz y noto pesadez así como rigidez en mis piernas. Creo que no voy a ser capaz de superar la situación a la que me enfrento. Y es que el miedo, terror, horror, temor y por qué no decirlo el canguelo y la subsecuente cagalera (perdón) atenazan. El miedo nos acobarda generando un encogimiento que nos impide avanzar. Curiosa emoción que, aunque surja en el momento, siempre es ante lo que pueda pasar. Este carácter de indeterminación futura es el que hace al miedo y su hermana mayor, la fobia, dos elementos ansiógenos condicionantes de nuestro día a día.

Mi abuela presentaba una xantofobia por lo que cuando veía algo de color amarillo hacía muecas expresando auténtico asco y aberración. La prevalencia de las fobias varía según aspectos como el sexo, edad, momento/circunstancias, lugar y cultura. Pero sin pensar en fobia, o qué narices, metiéndonos en el papel y visualizando determinadas situaciones, no me creo que no existan miedos en cualquier persona y, por qué no decirlo, posibles fobias a un montón de situaciones. En un ejercicio de autorrevelación parcial y tras la consulta de un buen diccionario de fobias, me he dado cuenta de que quizá necesite ayuda o, cuanto menos, ampliar miras en mi zona de confort. Matizando que mi ejercicio de apertura no terminará con la afirmación de la existencia de una fobia en mi persona, ya que no es plan abrirse tanto, he de admitir que tengo cierto nivel de liguirofobia al molestarme los ruidos fuertes llegando a descentrarme. Peor aún si escucho estos ruidos desde las alturas o simplemente miro una construcción de muchos metros de alto imaginando que puedo estar en la cúspide, siento como la acrofobia se apodera de mí.

Por añadidura, nunca fui una persona de emociones fuertes, es lo que tiene vivir algo de una hermefobia. Cuando comenzaba a hablar en público sentía una asfixiante nudo en la garganta y, lo que es peor, era consciente de como mis mofletes iban adquiriendo un intenso tono rojizo. Total, que por el precio de una tengo dos: glosofobia y ereutrofobia. Posiblemente lo de hablar en público y ruborizarse tiene que ver mucho con lo de mi posible catagelofobia o aversión a hacer el ridículo, algo que conecta con mi vergüenza por bailar o corofobia. Sí, lo sé, tengo unas cuantas (y las que me quedan o no admito). No me gustan las largas esperas, es más, me irritan… y a esto lo llaman macrofobia. Aún menos las aguanto si se producen en lugares estrechos que refuerzan mi estenofobia. Por lo menos que no me roben, porque tengo aversión a ser robado; perdón, se llama harpaxofobia. Y puestos a rechazar gente, mi respeto hacia las enfermedades puede justificar mi iatrofobia (rechazo a ir al médico). Últimamente noto que he de obligarme a ejercer mi derecho de votar…, quizá esté desarrollando una politicofobia (creo que aquí no hace falta aclarar). Por terminar a salvo con mi situación en el presente, pienso que pese a una preferencia por la introversión, no rechazo los contactos sociales y/o relaciones con otras personas (fobia social).

Terminada la autorrevelación de las fobias presentes viajaré al pasado ya que no tengo anacrofobia sino, me atrevería a decir, anacrofilia (por favor que nadie piense en una parafilia consistente en obtener satisfacción por viajar en el tiempo). Sólo que me encantaría poder hacerlo. Si viajo al pasado recuerdo que me marcó mucho ver a una edad inadecuada un fragmento de la película Viernes 13. No sé si he superado la posible friggastricaidecafobia pero es que, como me dijeron que en España ese día equivalía a un martes con el mismo número, creo que también tenía trezidavomomartiofobia. Puestos a tener días malos, no me digáis que no sentís aversión por los lunes. Pues he de deciros que presentáis una deuterofobia. Con tanto número me viene a la mente mi respeto por otro asociado a lo demoníaco. Ese seiscientos sesenta y seis que supone la suma de los primeros 36 números naturales y la suma de los cuadrados de los siete primeros números primos pero, sobre todo, se asocia a la marca de la bestia y, quizá por mis miedos infantiles, tiene el poder de acrecentar mi hexakosioihexekontahexafobia. Esta última palabra tiene tantas sílabas que me recuerda mi pánico a hablar y trabarme con términos tan impronunciables que contribuyen a intensificar la fobia que da título a este escrito y que paradójicamente designa aversión a las palabras extensas. Me da pánico la muerte (necrofobia) y alguno de sus posibles causantes, a saber, serpientes (ofiodiofobia) u hombres lobo (ya sé que estos no existen pero si existieran seguro presentaría licantrofobia). Siguiendo con el mundo de los seres vivos y los miedos infantiles no puedo olvidar mi pediculofobia (aversión a los piojos).

Por ir terminando con este listado, vuelvo a tirar de la anacrofilia para ir en este caso al presente y recordar el asco que me generan las polillas (motefobia). Soy consciente de la nimiedad de esta aversión frente a la probablemente fobia más extendida durante el siglo XXI en nuestra sociedad. No me dirás que no vives todo lo descrito en el primer párrafo si sientes que has olvidado el teléfono móvil en algún sitio. Si es así, presentas una nomofobia. Total que empiezo a pensar que casi puede ser que me diagnostiquen una panofobia, porque parece que tengo rechazo a casi todo.

Decía Marie Curie que a nada en la vida se le debe temer, sólo se le debe comprender y estoy de acuerdo ya que quizá aquello que nos da más miedo en realidad ya es pasado. Pero bueno, si errar es de humanos,  tener miedo no lo es menos. Ante ello hemos de armarnos de valor y afrontar nuestros temores. Ahora bien, no nos pasemos en nuestro armamento, ya que, y perdón por lo escatológico, hombre muy armado, de miedo va cagado

Lectura recomendada
Rojo, J. (2011). Comprender la ansiedad, las fobias y el estrés. Madrid: Pirámide

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